Condiciones inhumanas
Los campos de trabajo del Servicio Información Militar (SIM) fueron creados por decreto de 26 de diciembre de 1936 por el ministro de Justicia de la República, Joan García Oliver, con el objetivo de encontrar una solución al gran aumento de población penal que la Guerra Civil “...y su dramático cortejo de responsabilidades ha originado”. Los reformadores querían cambiar los principios penitenciarios vigentes, que eran básicamente los del exemplaridad por el castigo y el control de todas las desviaciones contrarias al régimen republicano. Tenían como objetivo “la humanización de las penas, mediante el trabajo del reo, despertando y utilizando las energías de éste como instrumento de utilidad social y como método el más aconsejable para regenerar al delincuente y transformando así la población penal ociosa en legión de trabajadores que compense con su propio esfuerzo el daño producido a la colectividad y dé a ésta, con la perseverancia y disciplina en el trabajo, las garantías de arrepentimiento que permitan a los penados reintegrarse a la vida ciudadana sin riesgo social alguno”.
El decreto se complementaría con la orden de 11 de enero de 1937 según la cual se creaba y se regulaba el Cuerpo de Vigilantes de los Campos “...destinado a la custodia y vigilancia de los penados internados en los mismos, tanto la del recinto de los edificios de alojamiento y la del exterior de los tajos de faena, como la del interior de los Establecimientos”, herramienta básica para organizar el funcionamiento de estos centros de internamiento, y finalmente, durante el mes de mayo del mismo año, un decreto del día 8 y una orden ministerial del día 15, fijaban los detalles en cuanto al trabajo de los presos y del régimen interior de estos. El decreto hacía extensivo el nuevo régimen penitenciario tanto a las penas comunes como las militares.
La génesis de su constitución coincide con el hundimiento del frente de Aragón, el 4 de abril de 1938, en que el general Vicente Rojo, jefe del Ejército de la República, ordenaba la construcción de las “líneas sucesivas de defensa en Cataluña”. En total deberían ser seis líneas de fortificación con el objetivo de impedir la progresión del ejército rebelde de oeste a este y proteger por todos los medios las comunicaciones hasta la frontera con Francia.
¿Cuántos campos de trabajo hubo en Catalunya? En total 6. Campo de trabajo nº 1, situado en el Pueblo Español de Montjuïch. Campo de trabajo nº 2, situado en el Hospitalet de l’Infant. Este tenía un campo accesorio en Tivissa. Campo de trabajo nº 3, situado en Omells de Na Gaia. Campo de trabajo nº 4, situado en Concabella. Campo de trabajo nº 5, situado en Ogern. Campo de trabajo nº 6, situado en Falset. Este tuvo campos accesorios en Cabassers, Gratallops, la Figuera y Porrera.
¿Qué eran los campos de trabajo? En realidad reproducían los gulags soviéticos, o dicho de otra manera, eran campos de trabajos forzados donde las condiciones eran inhumanas para los presos, tanto por el trato cruel como por los asesinatos. Eran lugares donde se buscaba la rentabilidad y el desprecio por la vida era constante. Los gulags soviéticos y los campos de trabajo catalanes tenían en común: la ubicación, el alojamiento de los internos, la identificación numérica, y el régimen de trabajo.
Hay un hecho sustancial. La gente condenada a ir a los campos de trabajo cumplía íntegramente la pena. No había reducciones por trabajo o buena conducta. Lo que tampoco se podía asegurar es que, una vez finalizada la condena, saliera del campo. El SIM decidía quién salía y quién se quedaba.
¿Qué estructura tenían los campos? No era muy numerosa. Había el director, y a veces un subdirector; el jefe de destacamento; el jefe de servicio interior; el jefe de servicio exterior; y los vigilantes. Por encima de ellos estaba el inspector general de los campos de trabajo.
¿Quiénes fueron a los campos de trabajo? La verdad es que cualquier ciudadano tenía todos los números por ir a parar a uno de los seis campos de trabajo. Menos los miembros del SIM nadie se salvaba. Ahora bien, para ser algo más concretos los presos se pueden clasificar de la siguiente manera: personas detenidas por los servicios policiales sin ninguna actuación judicial; personas detenidas y que se había iniciado alguna actuación judicial; personas ya enjuiciadas y que esperaban cumplir la sentencia; personas enjuiciadas con sentencia absolutoria o sobreseimiento de la causa; activistas contrarios a la República; desafectas a la República; militares, guardias civiles y guardias de asalto desafectas a la República; personas que habían intentado salir de la zona republicana; clérigos, curas y sacerdotes; activistas y militantes del POUM; militantes, activistas o simpatizantes de la CNT, FAI y Juventudes Libertarias; oficiales y prisioneros de guerra; personas civiles de zonas ocupadas; prófugos del ejército republicano; miembros de las Brigadas Internacionales; infractores normas sobre abastecimientos; infractores normas sobre transferencias de capitales; delincuentes comunes.
Como vemos todo podían ir a los campos de trabajo. No había exclusión. Ahora bien, si que la había por lo que respecta a la edad. Las personas mayores de 50 años estaban exentas de ir. Así pues, desde esta edad hacia abajo, cualquiera era bien recibido en ellos.
¿En qué trabajaban los presos? Cavaban zanjas que no servían para nada. Las jornadas eran muy largas e iban más allá de las ocho horas que marcaba el reglamento. El ritmo de trabajo era variado desde la apertura y la profundización de trincheras, la construcción de nidos de ametralladoras, de minas, de carreteras, o la tala y transporte a mano de troncos de árboles.
No todos los presos hicieron las mismas tareas. Los arquitectos, ingenieros o delineantes trazaban las obras; los médicos cuidaban de la salud de sus compañeros; pocos eran escogidos para trabajar en las oficinas del campo.
¿Qué rutina llevaban en el campo? Se levantaban muy pronto, aún de noche. Acto seguido se pasaba lista para saber si, durante la noche, se había producido alguna fuga. Almorzaban un café y un panecillo. Acto seguido se marchaban a trabajar. Sólo paraban para comer. Volvían al trabajo. Al atardecer regresaban al campo. De nuevo pasaban lista, cenaban y a dormir. Este ritmo monótono se repetía cada día.
La incomunicación del prisionero era total. Desconocía por completo lo que pasaba fuera del campo y, desde luego, no podían recibir visitas. No podían hablar con nadie de fuera del campo y los vigilantes tenían prohibido dar cualquier tipo de información.
Escribe Pere Ursòl Ferré: “Recuerdo haber pasado dos años con sensación continua de hambre, sucios, sin el menor asomo de privacidad, siendo tratados de manera barriobajera y a golpes de garrote, viendo como la gente perdía los valores morales, incluso vi a un sacerdote que robaba el pan de otro preso. Fueron días muy angustiosos. Parecía no acabarse nunca”.
A manera de epílogo podemos decir que, a medida que avanzaba el ejército nacional, primero por Lérida y después por Tarragona, los campos de trabajo se fueron desmantelando. El último fue el del Pueblo Español de Montjuïch. Muchos de los condenados regresaron a la prisión Modelo de Barcelona o a otras instaladas en los lugares aún no conquistados. Muchos de los prisioneros sirvieron de escudo humano cuando el ejército republicano avanzaba hacia el norte, destino a Francia. Los campos de trabajo han sido un tema olvidado dentro del que se denomina hoy en día memoria histórica. Se hicieron en ellos auténticas atrocidades. Como dejó escrito Diego Abad de Santillán: “La alcahueta de la guerra servía por esconder todas las infamias, todas las complicidades o todas las cobardías”.