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Yvonne Blake, la mujer que vistió a las estrellas

La figurinista ganó cuatro Goyas y un Óscar

Yvonne Blake, la mujer que vistió a las estrellas
Yvonne Blake, la mujer que vistió a las estrellaslarazon

La presidenta de Honor de la Academia de Cine, ganadora del Oscar al mejor vestuario en 1971 por «Nicolás y Alejandra» y responsable del mítico traje de «Superman», falleció ayer a los 78 años.

A Christopher Reeve el traje de «Superman» le quedaba mal. Algo no encajaba. Yvonne Blake, a la sazón de 38 años y con un Oscar ya en su mesilla de noche, estaba pasando apuros para que aquel tipo pareciera un superhéroe y no un fantoche. «Yo no tenía que crear el traje sino reproducirlo de los cómics. Tenía que ser igual. Lo que intenté fue hacer de este traje, un poco ridículo en realidad si lo piensas, lo más atractivo posible para Christopher Reeves», recordaba en una entrevista de hace prácticamente un año en LA RAZÓN. Había logrado adaptar las telas para no solaparse con el azul del croma sobre el que superponer los efectos especiales y ahora resulta que el problema era el modelo. «Cuando vino para las pruebas le faltaba músculo. Hicimos prótesis pero quedaba horrible. Como él era tan serio y ambicioso, trabajó durante tres meses en el gimnasio, haciendo pesas, cuidando su dieta, y al final los músculos fueron suyos». Y así fue cómo Reeves echó a volar para instalarse defintivamente, junto al traje confeccionado por Blake, en la memoria sentimental de los cinéfilos.

Ayer, la mujer que vistió a «Superman», se apagó definitivamente a los 78 años, cuando aún existía cierto optimismo ante la mejoría experimentada tras el ictus que sufrió el 4 de enero y que la apartó de la presidencia de la Academia de Cine. Fue tan intensa (aunque breve) su etapa al frente de la institución que, para las nuevas generaciones, Yvonne Blake era exclusivamente esa señora de acento extravagante que hablaba en la gala de los Goya de lo maravillosas que eran las películas españolas. Pero su trabajo para la Academia, a la que llegó tras la salida tempestuosa de Antonio Resines en 2016 y donde peleó por aunar facciones y rejuvenecer la institución –con más de 150 nuevos asociados–, fue solo el corolario de una larga y exitosa carrera dedicada por entero al cine y a la moda. El suyo es un ejemplo notorio del nivel de excelencia alcanzado por los siempre ignorados técnicos del cine y un caso de éxito femenino en un mundo absolutamente dominado por los hombres cuando Blake llegó a la profesión desde el único resquicio (junto al más glamuroso de actriz) por el que podía colarse una mujer: el figurinismo.

Nacida en Manchester en 1940, una beca para estudiar arte y diseño en su ciudad natal le descubrió su vocación. Con sus bocetos se presentó en Londres, en la prestigiosa casa Bermans, que confeccionaba los trajes de las superproducciones de Hollywood. Ellos habían vestido a Elizabeth Taylor en «Cleopatra» y con ellos aprendió el oficio como ayudante en cintas tan recordadas como «My Fair Lady». Entre los 60 y 70, vistió ya como directora de vestuario a las grandes divas y los iconos de la meca del cine. Desde Ava Gardner y Audrey Hepburn a Sophia Loren, de quien decía que «no era nada diva, sino una ''mamma'' italiana que preparaba pasta para el equipo». La vistió en «La venus de la ira», su primer trabajo como jefa de equipo, con ropajes nada glamurosos que sacó de un kibutz israelí, como austero sería también el sayo que confeccionó para Audrey Hepburn, delgada, ya mayor pero siempre elegante, en «Robin y Marian».

De Brando a Connery

Trabajar en el cine le permitía dar rienda suelta a su creatividad tanto como penetrar en el misterioso mundo de las estrellas. Después de haber tratado con tantos, hablaba de ellos con naturalidad. Y es que tampoco Marlon Brando, en las distancias cortas, con el hilo y la aguja a un palmo del mito, era aquel tipo impenetrable que se figuraban los espectadores: «Era muy humilde, no quería verse en el espejo ni ver su traje. Me preguntaba: ''¿A ti te gusta? Pues a mí también''. Era más normal con la gente de su alrededor de lo que pensaba antes de conocerle». Las grandes estrellas –y seguimos citando: Sean Connery, Liza Minnelli, Omar Shariff...–, aseguraba, «no me han dado complicaciones. Quizás solo Elizabeth Taylor. Su papel era de mujer elegante pero normalita y ella quería llevar tanta joyería de Cartier que yo tenía que ir detrás quitándole las joyas que se ponía».

En 1971, con apenas 30 años, se vio en la gala de los Oscar con serias posibilidades de llevarse la estatuilla. Había recreado la magnificencia zarista en la superproducción «Nicolás y Alejandra», de Franklin J. Shaffner, una cinta que, vista con el tiempo, le parecía anticuada, «muy pasada de moda». El caso es que, en aquella edición de los Oscar, Blake competía nada más y nada menos que con Piero Tosi, el figurinista de las películas de Visconti. «Era mi diseñador favorito», aseguraba. Y encima competía con la preciosista «Muerte en Venecia» siete años después de irse de vacío con «El gatopardo». El Oscar, no obstante, se lo llevó su ferviente y joven admiradora. «Creo que me lo dieron porque ''Nicolás y Alejandra'' era una película muy épica, con muchísimo trabajo. Yo lo pasé bastante mal en el rodaje», confesaba.

Dos años antes, Yvonne Blake había conocido a los que serían sus dos grandes amores junto con su profesión: su marido Gil Carretero y España. Se encontró con ambos en el rodaje de «Duffy». Carretero, segundo ayudante de dirección, era el único español del equipo que se defendía en inglés y surgió el amor. En los 80, Blake incluso decidió consumar su otra pasión y se nacionalizó española. «Quitando mi voz, soy española hasta las trancas. Ni siquiera tengo la doble nacionalidad, solo la española». Con el tiempo acabó trabajando más aquí que allí y ganó 4 premios Goya de seis nominaciones que cosechó: «Remando al viento», «Canción de cuna», «Carmen» y «El puente de San Luis Rey».

Presentarse a la presidencia de la Academia de Cine, ese campo minado, fue su última contribución a nuestra industria. En su desembarco prometió menos «caciquismo» y más «transparencia», acercar a la gente a la Academia, una institución siempre en el punto de mira, cuya existencia ha sido puesta en cuestión varias veces y cuyas guerras internas han ido minando su imagen. Afrontó la renovación invitando a 540 profesionales, de los cuales 154 se sumaron como socios, y logró pacificar, al menos en apariencia, las facciones. Asimismo, se propuso un modelo más «austero» de la gala de los Goya, más dinámico y con menos números musicales. Precisamente durante la primera reunión de este año para organizar los Goya 2018, el 4 de enero, sufrió un ictus en la sede del Palacio de Zurbano, por lo que tuvo que ser hospitalizada inmediatamente. Incapaz de reincorporarse a su puesto de trabajo a pesar de la lenta mejoría, en abril la Academia la nombró presidenta de Honor y anunció elecciones para el mes de junio. Su vicepresidente, Mariano Barroso, optó sin oposición, al cargo. Ayer, Barroso valoraba «su enorme generosidad, pasión y entrega. A su edad eligió trabajar por todos nosotros, cogió la Academia en unos momentos difíciles y su labor ha sido decisiva para la nueva etapa de modernización».