Música
Fastuosidad sin caprichos
Crítica de clásica del Auditorio Nacional
Obras de Rachmaninov y Prokofiev. Piano: Jiyeong Mun. Voces: Pilar Vázquez y David Rubiera. Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: Víctor Pablo Pérez. Auditorio Nacional. Madrid, 2-XII-2019.
Exigente programa el propuesto por la Orcam con la mirada fija en la orilla de lo fastuoso y bien alimentada cada tanto por el oleaje del post-romanticismo pleno. La joven pianista Jiyeong Mun se presentaba en Madrid con una obra muy propia de los concursos que tan bien se le han dado: el «Concierto para piano y orquesta n.º 2» de Rachmaninov. La puesta en escena fue precisa y sin concesiones, con una perfecta mano izquierda y un sonido en cierta manera reflexivo que nunca olvidaba el amargor último de la escritura del ruso. El Adagio sostenuto, expuesto sin edulcoramiento, supuso lo mejor de la intervención de la pianista coreana. En la segunda parte aparecía «Iván el Terrible, op. 116», partitura cinematográfica en toda su magnitud y ofrecida en esta ocasión en su versión con narrador, como ocurriera hace apenas unos meses en la ORTVE. La pieza supone un elogio a la escritura para viento-metal y coro desde la óptica más grandilocuente posible. La sabiduría de Prokofiev propone un crecimiento común entre la música y el periplo vital del propio Iván. Es un paralelismo buscado y necesario para dar vuelo y coherencia a los aires de grandeza del pentagrama, que recorre lo épico sin urgencias para ir dando paso a un creciente manantial de oscuridad que acaba por anegar la obra. Víctor Pablo Pérez es metódico en el trabajo tímbrico de la orquesta, y ese aspecto es condición «sine qua non» para levantar la arquitectura coral del conjunto. Con un metal de fortes rotundos pero tamizados y una cuerda hecha al lenguaje estético del ruso, se hilvanó una primera parte coherente, rica en color y riqueza dinámica. Destacó «Kazán», furioso y meditado a partes iguales. El coro de la Orcam se mostró seguro y lejos de los titubeos de otras agrupaciones. Entusiasta y bien resuelta la intervención de David Rubiera en la parte final, y algo inferior la de Pilar Vázquez, cuyo exceso de vibrato y amplitud interválica no acabaron de encajar. Fantástica la narración de Juan Echanove, que cuenta por triunfos sus intervenciones en el «mundo clásico», como ya ocurriera en su versión de «La tempestad» de Chapí. En una obra de esta magnitud, donde es tan sencillo confundir fastuosidad con oropel, se agradeció el sentido analítico de Pérez, contundente en sus decisiones expresivas. El climático final es ejemplo de ello: preparado desde la mitad de la obra, estalló en su justo tiempo y medida. Las ovaciones premiaron un trabajo excelente.
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