Crítica de cine

No hay salida en Siberia

Dirección: Miguel Ángel Jiménez. Guión: Luis Moya y M. A. Jiménez. Intérpretes: Salome Demuria, Gio Gabunia, Aytuar Issayev. España- Rusia-Georgia-Kazajistán, 2012. Duración: 100 min. Drama.

No hay salida en Siberia
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La ficha no engaña: Miguel Ángel Jiménez nació en Madrid, no en la estepa rusa, aunque firme esta desesperanzada, dura y en numerosas ocasiones sórdida historia de amor y sueños y personajes perdidos o desamparados que narra el encuentro de una prostituta embarazada y un marinero perdedor y transcurre entre dos largas estaciones: el invierno de Siberia y el verano en Kazajistan. Espléndidamente fotografiada y poseedora de una extraña poesía a pesar de que, repito, el pesimismo y el abandono respiren en casi todas sus escenas, la propuesta de Jimenéz no ha sido planeada desde luego para eso que llaman gran público. Al modo de Angelopoulos, la cámara se recrea en ciertos detalles; por ejemplo, el muñón desnudo de un muchacho que intenta saber de dónde viene y hacia dónde debe encaminarse ahora, cuando sabe algo más sobre la madre esquiva y el padre adoptivo que hace tiempo naufragó. Se trata, en el fondo, de una buena manera de intepretar este filme sin apenas concesiones, porque todos estos hombres, hasta los más brutales, y las mujeres parecen igualmente huérfanos, perdidos, desamparados. En el fin del mundo, entre espesas capas de nieve, una joven piensa que el tren ya ha pasado hasta que decide coger el siguiente. No hay piedad con estos seres (tan machacados por el realizador), ni un guión que de respuestas, pero sí una salvaje belleza alrededor que los acuna ante la falta de unos brazos reales.