París
Nuevas voces, empresas fieras
Antonio Tabares y José Padilla estrenan obras en Madrid
Una empresa en la que la palabra «competitividad» se queda corta para describir el ambiente hostil que respiran sus empleados.
Una empresa en la que la palabra «competitividad» se queda corta para describir el ambiente hostil que respiran sus empleados. Cuatro jóvenes, una nueva generación de «expatriados», que coinciden en una trama con una empresa alemana en su epicentro. Dos argumentos que hablan del mundo empresarial actual. El primero pertenece a «La punta del iceberg», la obra de Antonio Tabares que dirige Sergi Belbel en La Abadía (hasta el 30 de marzo). El segundo, al nuevo texto de José Padilla, «Los cuatro de Düsseldorf [#Düssel4]», que llega esta semana a El Sol de York. Tabares (La Palma, 1973) y Padilla (Santa Cruz de Tenerife, 1976) son dos exponentes de una nueva generación de escritores teatrales que está abriéndose hueco desde hace ya algunos años en un panorama que se queja, a menudo sin motivos, sobre la ausencia de autores. Los dos, significativamente o no, son además canarios. Con «La punta del iceberg», Tabares ganó el premio Tirso de Molina en 2011, entre otros galardones. También ha escrito «La sombra de don Alonso» (2005), «Cuarteto para el fin del tiempo» (2005) y «Los mares habitados» (2009). Padilla, ganador del premio El Ojo Crítico 2013 por «Porno casero», ha estrenado obras como «Reventado» y «Haz clic aquí» (con la que fue autor invitado en el Centro Dramático Nacional).
Suicidios por la presión
Tabares partió de un hecho real: entre octubre de 2006 y febrero de 2007, tres empleados de Renault se suicidaron en su puesto de trabajo en la planta de innovación tecnológica de Guyancourt, a las afueras de París. «Casi de inmediato me vino a la mente la idea de esta obra», escribe el dramaturgo en sus notas. Poco a poco, descubrió casos similares con datos «mucho más escalofriantes», como los más de 50 empleados de France Telecom que se quitaron la vida entre 2009 y 2010. En estos episodios y en otros no tan aireados «asoma, como un motivo recurrente, la presión sobre el individuo a la hora de obtener resultados, la exigencia de productividad, la tensión marcada por la incomunicación...». Y prosigue el dramaturgo: «No creo que sea necesario formar parte de una gran multinacional para darse cuenta de hasta qué punto las relaciones humanas en el ámbito laboral pueden condicionar nuestra manera de afrontar la existencia». Por eso, el viaje de Sofía, la protagonista de «La punta del iceberg», al corazón de su empresa «es en realidad un viaje al corazón de sí misma. Y el reconocimiento de que hay algo que no funciona es, en realidad, la constatación de su propio fracaso».
Padilla, por su parte, se sirve de la ciudad alemana que da título a su obra para acercarse a la vida de Carlos, un ordenanza de la sede española de una corporación alemana decidido a destapar un secreto. Amador, un joven ejecutivo de la empresa, Rocío y Marina completan este mosaico, fruto de la residencia artística de Padilla en la sala madrileña, y que el autor, también director, define como «la comedia que, quizá, no terminaría de gustarle del todo a Paulo Coelho».
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