Opinión

El instante decisivo

Felipe VI cumple 50 años. Lleva tres en el trono. La monarquía bajo su Jefatura está cosechando cotas de popularidad hasta ahora solo conseguidas por Juan Carlos I en momentos puntuales de su largo reinado. Aparentemente este es un momentazo –como ahora se dice– en la historia de la institución. Pero atrás han quedado muchos años –cincuenta– en los que han pasado cosas, algunas muy importantes. No pretendo ser exhaustivo en el recuerdo de los momentos destacados de su reinado. Sólo quiero referirme a los últimos años. Tan intensos e interesantes desde el punto de vista político, que necesariamente obligan a una reflexión. Una reflexión que es necesario empezar por el final.

Hace apenas unos días, un Jefe del Estado español hablaba por primera vez en Davos. El Foro Económico Mundial, reunido anualmente en la localidad suiza, escuchaba las reflexiones de un monarca sobre el imperio de la ley, el respeto a la Constitución, y sobre el gran problema que ha tenido y aun tiene planteado nuestro país: el desafío independentista catalán. Y delante de aquellos empresarios y dirigentes políticos globales quiso explicar lo sucedido en nuestro país. Su reflexión no resultaba ajena: «La lección que hay que aprender de esta crisis, una lección no solo para España, sino para las democracias en general, es la necesidad de preservar el respeto a la ley como uno de los pilares de la democracia y el respeto al pluralismo político y el principio básico de la soberanía nacional que, de hecho, pertenece a todos los ciudadanos». Aquel día el Rey de España cosechó un importante éxito. Lejos de los discursos protocolarios de sus colegas europeos, se permitió recordar a los vips mundiales los pilares de la democracia y la convivencia.

Hay que remontase a los primeros años del reinado de Don Juan Carlos para que un monarca español pronunciara –ante el Congreso y Senado estadounidense en sesión conjunta– un discurso de tal calado. Don Juan Carlos era entonces un rey quasi absoluto, con todos los poderes recibidos de Franco, y aun no delegados pues la nueva Constitución no había sido aprobada. Parece que ha transcurrido una eternidad desde aquel mes de junio de 1976. Don Felipe apenas tenía 8 años. Pero es bueno recordar que, aunque entonces no había encuestas del CIS, la popularidad de don Juan Carlos era enorme. El joven monarca cumplía con lo que los españoles esperaban de él: era el motor de un nuevo tiempo, de un cambio.

Si recuerdo aquellos momentos, es porque Don Juan Carlos hizo lo que tenía que hacer. Luego vendría la sanción a la Constitución que le privaba de casi todos sus poderes, y una alternancia democrática a lo largo de cuarenta años. Durante ellos paró además –el 23-F de 1981– un golpe de Estado y mantuvo su carisma. En 1995 el CIS le concedía una popularidad de 7,5 sobre 10. Pero cinco años después empezaron los problemas. El «caso Nóos», que afectaba a su yerno Iñaki Urdangarín, y una desgraciada cacería en plena crisis económica fueron mermando el prestigio del Monarca. Tanto que en 2014 aquella popularidad de récord se hundía hasta un 3,7. De nada sirvieron los sucesivos intentos de recuperarla. Y aunque no hubo ningún complot ni conspiración para cargarse la Monarquía de Don Juan Carlos, se hizo necesario un cambio de personas. Y allí estaba el Príncipe de Asturias, ya casado y con dos hijas, para dar continuidad a la Corona.

Sorprendía el prestigio que tanto el entonces Príncipe de Asturias como su madre, la Reina doña Sofía, aún mantenían dentro de la Familia Real. Los españoles no valoraban el carisma de ninguno de ellos –más bien carecían de él– sino el cumplimiento escrupuloso de sus tareas oficiales y protocolarias. Es verdad que Don Felipe puso distancia entre su cuñado y su hermana, distancia que se plasmaría en la privación de los títulos que ostentaban y en su salida oficial de la Casa Real; pero es justo reconocer también que Don Felipe no tenía el mito y el relato que su padre había aportado a la joven democracia española. Pero aun así le llegó su tiempo y el 19 de junio de 2014 fue proclamado Rey de España tras la abdicación de su padre, algo –la abdicación de un rey– que ya empezaba a ser más que frecuente en la historia de nuestra Monarquía.

Cambiaron las personas y cambió el prestigio de la Corona. Pero no cambió Don Felipe. Al menos no en aquel momento. Para entonces ya se había curtido en los viajes a Cataluña. En algunos insultaban a la pareja real. Incluso les tiraron huevos. Pero no se echaron atrás. Doña Letizia le había ayudado a pisar calle, a salir a cenar y al cine en lugares públicos. Sabían lo que pasaba en Cataluña y por eso supo lo que tenía que decir el 3 de octubre pasado cuando las instituciones catalanas proclamaron la independencia de esa parte de España. Fue un discurso duro, contundente, sin espacio para la comprensión o el pasteleo. Aquel tiempo había pasado. Y entonces los españoles descubrimos que teníamos un Rey. Con un par, como dicen los castizos. Aquel discurso fue el 23-F de Don Felipe. Tendrá –esperemos– pocos momentos tan dramáticos como aquellos seis minutos en los que un Rey con apenas tres años de experiencia tuvo que parar otro golpe de Estado y volver a transmitir serenidad y esperanza al resto de los españoles.

En los días sucesivos su popularidad se situó en un 7,2 sobre 10: un 8,7 entre la clase media baja y un 6,1 entre la clase media alta. Quizá le podía faltar la proximidad y la cercanía de su padre, pero su carácter introvertido, su mayor seriedad y el ser más trabajador le habían ayudado en aquel momento decisivo. Sería frívolo mirar a su cincuenta cumpleaños para repasar su vida, estudios, amistades, novias, amigos... Y lo sería porque ya, en apenas tres años, hemos sabido lo útil y decisivo que ha sido para los españoles el Reinado de Felipe VI.