Opinión

China con máscara (y III)

Cuando se examina el prodigioso crecimiento económico de China y la sutileza sobrecogedora de su gobierno, se puede caer en la tentación de creer que nos encontramos ante un estado totalitario y sin alma. China sería, según esa versión, únicamente un monstruo de hierro. Llegar a tal conclusión constituiría un terrible error. De entrada, China se enorgullece de un conservadurismo social que defiende a la familia encarnizadamente y aborrece la ideología de género como si se tratara de la peste. Comprar bolsos de última moda está bien, pero honrar a los padres y antepasados está todavía mejor. En segundo lugar, China, con un régimen oficialmente ateo, da muestras continuas de buscar claves religiosas para vivir. Tengo que regresar a mi infancia en España o detenerme en algunas celebraciones específicas para encontrar paralelos en la piel de toro de la forma en que los chinos acuden sistemática y devotamente a sus templos. Se podrá decir incluso lo que se quiera del Tíbet, pero no conozco un solo lugar en la tierra donde tanta gente vaya realizando por la calle ritos y ceremonias de carácter religioso sin que, por supuesto, las autoridades chinas lo impidan. Sinceramente, en el Madrid de Carmena o la Barcelona de Colau es mucho más difícil para un cristiano manifestar públicamente su fe que lo es para un lamaísta en el Tíbet. En tercer y último lugar, existe un factor que explica –bajo la máscara– mucho de lo que sucede en China y es el crecimiento espectacular –y no pocas veces clandestino– de las iglesias evangélicas. Por cada católico –obedientes o no al Vaticano– hay más de diez evangélicos. De hecho, para la década próxima, la nación del mundo donde habrá más evangélicos ya no será Estados Unidos, sino China. A pesar incluso de las enormes limitaciones impuestas, no son pocos los gobernadores locales que otorgan libertad a esa gente que cumple la ley, trabaja incansablemente y va a la iglesia. No sorprende que en uno de los estados que componen la China, ya más del cincuenta por ciento de la población sea evangélica y que el crecimiento resulte imparable. Nunca servirán a una potencia extranjera, nunca se dejarán llevar por los cantos de sirena de las agendas internacionales, nunca considerarán bueno que su nación pierda soberanía y además han amado a Cristo hasta la muerte. Fascinante la China con máscara.