Opinión

Soy un preso político

Para qué engañarnos. La crema de la intelectualidad echa las muelas por la «performance» de Santiago Sierra en Arco. No la del artista, que se ha embolsado 96.000 euros cuando normalmente no vende un peine, sino la de la feria, que descolgó a los «presos políticos». La censura ha vuelto, claman con razón desde las esquinas por donde sopla un aire que hace tiritar las tripas hasta provocar una arcada atroz. Una vez desatada la tormenta, yo acuso (¡tachan!) Las fotos, ejemplo del arte mamarracho bendecido por su mensaje, jamás debieron colgarse de aquellas paredes. No por la provocación sino por su oportunismo. La galerista Helga de Alvear lo sabe. Hay memes en internet que merecerían mayor espacio y más dinero. El negocio les espera en la feria de las calamidades. Estos días me siento un preso político por no participar del consenso con el que duermen leños los críticos de la cosa. Buena parte del arte contemporáneo es una insensatez, pero si es tan cutre y esconde un mitin entre las musas resulta insultante. El artista es un espíritu ante el abismo, pero Sierra no era Rimbaud sino DiCaprio en «Titanic». El viento de frente. El antisistema ante el capitalismo salvaje que le ofrece 96.000 euros para que se ría en nuestra jeta. La libertad (de opinar) pica de nuevo el anzuelo progre. Siento el acoso de esta panda. Quiero mi #Metoo.