Opinión
Contra utopía
Si alguien pregunta por qué no todos los populistas son igual de peligrosos le recomendaría que vea la entrevista que le hizo Juan Carlos Monedero a Antonio Escohotado. ¿Cómo puede ser, pregunta Monedero, que el santo patrón de los antisistema escribiera Los enemigos del comercio? ¿Acaso se trata de un repugnante neoliberal con piel de bohemio? ¿Nos tenía engañados? Para entender su escasa comprensión lectora (Escohotado nunca fue antisistema), conviene recordar con Gabriel Albiac que la sacralidad discurre inmune al raciocinio. De ahí que a Monedero, o a los nacionalistas catalanes y vascos, con sus moñas románticas y sentimentales, les resulta ininteligible que alguien medite a pie de obra. Lo dicho: no todos los demagogos puntúan igual en la escala de Ritcher. El golfo canónico, como el fanfarrón de Donald Trump, intentará venderte una y cien burras. Pero no tiene más programa que lustrar su ego y llenar el bolsillo. El idealista, en cambio, vive para la idea. La suya. La buena. La celeste. Estrella boreal blindada a la réplica, no digamos ya a las personas: malditos accidentes biológicos, estorbos sintientes y hasta pensantes que en su egoísmo rechazan la caída de Occidente, la aurora del hombre nuevo, el nacimiento del edén cuatribarrado, el desquite de Alá o cualesquiera que sean las sublimes ilusiones por las que el utopista sufre y mata. Ojo, nadie dice que Trump sea inocuo: cumple con todos los indicadores dispuestos por Levitsky y Ziblatt para detectar al autócrata en ciernes. Rechazo, o compromiso poco robusto, de las reglas del juego. Negación de la legitimidad política del oponente. Tolerancia hacia la violencia política, incluyendo la negativa, tácita o explícita, a condenarla, así como el aplauso, o la ausencia de condena, de la violencia política en el pasado y/o en otros países. Finalmente, disposición a recortar las libertades civiles de sus rivales, incluidos los medios de comunicación. Eso sí, carece del ingrediente mesiánico. Un gen evidente en los auténticos libertadores, los pata negra. Ese veneno que justifica la decapitación del otro porque solo las malas personas, enemigos del niño y las ballenas, contradicen la utopía radiante que anima nuestra causa. Al final, la némesis del idealista, el ilustrado. Contra utopía, humanismo.
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