Opinión

Chusquero

La sonora e insinuante palabra «chusquero» se utilizaba antaño en ambientes castrenses para referirse, de manera coloquial y desdeñosa, a aquellos militares que lograban ascender en el escalafón, no por méritos o pedigrí adquirido en escuelas militares, sino por antigüedad. El clásico sargento chusquero ingresaba en el ejército como soldado raso, se convertía en una seta y, solo por permanencia, por su capacidad de aguante, lograba unos modestos galones con su paga correspondiente. El chusquero, pues, era un resistente. Ahora que la resiliencia está en boga, deberíamos reconocer tal cualidad a esos chusqueros que, careciendo de la formación necesaria, se hacían con un puesto, del que sacaban todo el provecho posible. La resiliencia es la capacidad de un ser vivo –no solo de los antiguos sargentos del ejército– para adaptarse a un medio hostil y sobrevivir a él. También se aplica ese carácter al material que, después de ser sometido a una perturbación, logra recuperar su estado original y quedar como si tal cosa. La naturaleza resiliente de los chusqueros de antes era como la de los aceros con alto contenido de austenita. Así vistos, parecen más valiosos de lo que creíamos. Digo «antes» porque da la impresión de que el chusquerismo ha desaparecido. Una lástima, pues hablamos de una forma celtíbera de escalar socialmente de las más democráticas, que contribuía a la igualdad de oportunidades y a la movilidad social. No me refiero, por supuesto, únicamente al chusquerismo en el ejército, que no sé si sigue siendo posible, sino al chusquerismo profesional en general. Un método de progreso no arribista, porque el chusquero no ascendía por la vía rápida ni gracias a su falta de escrúpulos: él medraba lentamente, se dejaba la vida en el intento. El suyo era un proyecto a largo plazo, que no dependía de relaciones nepotistas ni enchufismos cuñadiles, tampoco se alimentaba del ansia viva propia del hortera advenedizo. El chusquero no ostentaba su afán, se lo tragaba. No alardeaba, rumiaba. Sin prisas. El chusquero también abundaba en la política, en la empresa privada, en la cultura... No era un moderno lanzado sino un sensato militante de la retaguardia, no un «cabo» suelto sino bien «soldado» en la pirámide vernácula del mundanal ruido. Oigan, pero... ¿por qué ya no hay chusquerismo en España?