Opinión

Un tema menor

Ha sido en Túnez, pero podría haber ocurrido en cualquier otra parte por la sencilla razón de que, en su formulación, se expresa la esencia de la política propugnada por el presidente del Gobierno. Rajoy minimizó allí la significación del desprecio que la alcaldesa de Barcelona, el presidente del Parlament y varios cargos de la Generalitat brindaron al Rey al ausentarse de su recibimiento. Lo hizo diciendo que «el hecho de que alguien desconozca sus obligaciones institucionales o necesite hacerse notar es un tema menor que en ningún caso puede empañar lo importante». Al parecer, para Rajoy lo único que, en este caso, merece la pena es esa cosa de los teléfonos móviles, esos aparatitos que se han convertido en el nuevo tótem de la modernidad sobre el que muchos, arrastrados por la propaganda mercantil de sus fabricantes, creen que se va a levantar el conjunto de las actividades humanas en el futuro, incluidas las cosas de comer, el solaz mañanero del verano, la satisfacción de ver crecer a los hijos o el primer amor de la adolescencia.

Claro que Rajoy, en esto, sólo habla de oídas y, al parecer únicamente presta atención a los que quieren sacar tajada de su ignorancia. Los economistas –que somos gente ordinaria, poco dada a la poesía y, sin embargo, pecadores de metáforas– ya sabemos que las grandes esperanzas suscitadas por los referidos cacharros y otros especímenes de similar naturaleza sobre los que se asienta eso que en la jerga profesional se identifica como «machine learning», no se ven materializadas en ninguna parte. Y que, pese a ellos, la productividad mundial del trabajo ha descendido en cuanto a su tasa de crecimiento entre antes y después de la crisis. Y lo mismo ha ocurrido con la aportación del progreso técnico al crecimiento de las economías, que si entre los años noventa y 2007 crecía a una tasa anual del 0,7 por ciento, desde 2013 está reduciéndose a otra negativa del – 0,2 por ciento.

Pido perdón a mis lectores por meterles de clavo esos números, pero lo que quiero que comprendan es que la fascinación por los teléfonos o la tecnología a lo que nos conduce es a despreciar lo importante. Y en una sociedad como la nuestra, a la que el trauma nacionalista amenaza con destruir, eso, lo que merece la pena, tiene más que ver con la simbología de la convivencia entre los españoles que con lo que, en mi juventud, se solía denominar como el vil metal.

Se equivoca, pues, Mariano Rajoy despreciando estos asuntos cuyo único valor está en su significado. Tal vez lo entienda cuando pierda las elecciones.