Opinión

Falsificaciones

No conozco a Jordi Sánchez y, por tanto, no puedo pronunciarme en ningún sentido sobre su valía personal, pero ni siquiera él mismo puede negar que ha sido el hombre que todos los catalanes hemos visto subido encima de un coche de policía destrozado. Jordi Turull, por su parte, fue el hombre que nos mintió de una manera grotesca sobre los heridos el primero de octubre. ¿Cómo vamos a poder confiar en nada de lo que diga? Puigdemont, en su caso, ha resultado ser la falsa moneda, que de mano en mano va y ninguno se la queda. La operación que mendiga desesperadamente, con chantajes de bloqueo incluso a sus propios socios, es que una parte de sus paisanos legitime una falsificación.

Ingenuamente, tanto él como esa parte que le apoya han caído en la trampa que más desprestigia: la trampa contradictoria de que, si algo necesita ser legitimado, indica claramente que es porque carece de legitimidad y aspira a ella. La prisa, el sórdido espectáculo de las negociaciones y los cambalaches del narcisismo personal, el llamativo tren de vida que imaginaba que debía autoatribuirse, han torpedeado definitivamente ya la poca atención que incluso sus paisanos le dedicábamos al fugitivo de Bruselas.

El problema de la legitimación es que depende de un gran consenso de la sociedad, no solo de una rimbombante gesticulación externa de aquellos que piensan como tú.

Quien piense que la democracia consiste en que una minoría imponga su ideario a la mayoría, tan solo por haber conseguido una coyuntura de votos favorable, va muy equivocado.

Tanto perseguir legitimidades personales para conseguir ser presidente y al final lo que se están cargando es la legitimidad de la propia institución ante la gente. La recuperación de aquel prestigio que tuvo la presidencia regional para todos los catalanes no será tarea fácil mientras su elección solo sirva para las escenificaciones endogámicas, más o menos estratégicas, de las peleas catalanistas. Porque difícilmente gran parte de los catalanes podrá identificarse con ella, al ser imposible cualquier legitimidad sin respetar primero la legalidad previa de todos.