Opinión
Desórdenes futbolísticos
La sociedad europea es víctima de frustraciones que pueden observarse fácilmente: progresivo envejecimiento, jóvenes que saben hoy que vivirán peor que sus padres, dos velocidades en el desarrollo de los países de la Unión, ausencia de valores ideológicos comunes, desconfianza hacia las instituciones y partidos y un largo etcétera. No avanzamos hacia aquella Europa del bienestar que nos ilusionaba cuando inauguramos pasaporte. Los nacionalismos rampantes nos invaden con sus sombras y la ausencia de futuro se traduce en equívocos signos de identidad. Uno de los más representativos y complejos es el fútbol, deporte rey en Europa, esperanza de niños y adolescentes que ven en sus ídolos los símbolos del éxito: fama y dinero; coches deportivos y bellas compañeras. Deporte de masas enfervorizadas, se ha transformado en negocio en altas esferas donde pretenden introducirse hasta los jeques árabes del petróleo. Apuestas, derechos televisivos y fortunas que se mueven al aire de los traspasos han deformado su naturaleza lúdica original. Las competiciones pueden convertirse en bárbaros campeonatos que los clubes organizan, promueven y defienden sirviéndose de radicales, animadores de grada y guerreros para calentar ambientes. Alrededor de este deporte de respetable origen inglés (el último enfrentamiento entre rusos y británicos se saldó con más de cuarenta heridos), hoy se expande en China, ya arraigado y sublimado en América Latina y combina intereses de toda índole. Los clubes y las organizaciones, la corrupción en las obligaciones tributarias y las sospechas de fraude lo han colocado en el oscuro mundo de las trampas económicas.
El fútbol consigue mantener en España periódicos deportivos en los que ocupa la mayor parte del espacio, programas radiofónicos interminables en las mejores emisoras, espacios diarios y retransmisiones directas en radio y televisión bajo el supremo poderío de la publicidad. Como nueva religión, fragmentada en dos grandes cismas (Barça y Madrid) y multitud de acólitos que acompañan y comparten la travesía liguera, varias divisiones (el origen militar identifica el objetivo) responden al potencial de una población, a la tradición o al simple capricho. Cabe añadirle ahora el amateur y hasta el infantil, ojeado por los técnicos hasta descubrir los valores de pasado mañana. El fútbol tiende a convertir al espectador, al hincha y hasta a los padres responsables en energúmenos que no sólo insultan a sus jugadores, entrenadores o árbitros, éstos últimos declarados culpables máximos del decurso de los partidos (se calcula que en España sufren cincuenta agresiones al mes). Tampoco puede ser casual que en el país de la Unión que soportó las más duras consecuencias de la crisis económica que soportamos todavía, el gobierno griego se haya visto obligado a suspender el campeonato de Liga el pasado día 12, al final del partido entre PAOK y AEK, cuando Ivan Savvidis irrumpió en el terreno de juego pistola en mano, acompañado de sus guardaespaldas. Ni puede entenderse que España disfrute del mejor campeonato europeo, siendo una potencia media, ni que disfrute de los dos mejores jugadores del mundo, los mejor pagados. Los últimos combates callejeros en el País Vasco, donde un ertzaina falleció de un infarto, contra animadores reclutados del frío del Este de Europa constituyen fenómenos que deberían llevarnos a múltiples reflexiones. Hay hooligans que se entienden de extrema derecha, los hay nacionalistas radicales y quienes se sitúan en sus antípodas. La Liga inglesa multa a Guardiola por exhibir la seña de un patriotismo que nada tiene que ver con el club que entrena, ni con el país en el que desarrolla su actividad. Las intenciones políticas de este deporte se han tornado tan evidentes que cabe preguntarse hasta qué punto el fútbol en días festivos y hasta laborables, no sustituye añoradas vivencias. Y se entiende como una forma de cultura. ¿Hemos de considerar que resulta otra sublimación machista cuando las féminas parecen ahora interesarse por su práctica? Los complejos enigmas no menoscaban el interés de un juego que nos subyuga y nos caracteriza.
Se ha escrito mucho sobre la naturaleza de este deporte y sus circunstancias sociológicas e ideológicas hasta el punto de haber llegado calificársele de otro opio del pueblo. Se elaboran calendarios que permiten vivir sumergidos en un mundo que puede contenerlo casi todo. Los estadounidenses lo minusvaloran, porque lo entienden lento frente al baloncesto o el béisbol, deportes nacionales, pero el fútbol penetra con fuerza en la sociedad china, otro continente y, en cierto modo, enigma de futuro. ¿Debe entenderse como expresión de mayor riqueza, occidentalización o muestra de una progresiva pobreza ideológica y cultural? Su mayor atractivo, al margen de malabarismos, tal vez pueda descubrirse en la intimidad misma de los espectadores o en la tendencia a convertirse en espectáculo sin perder sus ambiguas esencias. Perdura la disimulada violencia que sublima y provoca.
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