Opinión

Sentimiento de culpa

Cuando se produce un suceso trágico en la vida de una familia surgen inevitablemente innumerables «¿Y sí...?». Y todos ellos se quedan en las conciencias y hacen sangrar doblemente las heridas. En el caso de la muerte del pequeño Gabriel, cuya tan dramática como mediática historia hemos seguido todos los españoles, su familia, además de recibir el amor del país entero, ha tenido que revivir una y otra vez lo ocurrido en todos los medios, y aceptar su mala suerte, rodeada, como todas, del peso del «¿y si...?» ¿Y si no nos hubiéramos separado? ¿Y si no hubiera conocido a esa perversa mujer? ¿Y si no me hubiera enamorado de ella? ¿Y si yo hubiese atendido a las quejas del niño cuando volvía de ver a su padre y decía que no le gustaba? ¿Y si yo me hubiera dado cuenta de que aquella era una mala compañía para mi hijo y para mi nieto? ¿Y si hubiese dicho antes que ella no había permanecido en nuestra casa tras salir el niño? ¿Y si yo, que era su amiguito, le hubiese hecho caso cuando me decía que no le caía bien?¿Y si yo que soy el padre de su amiguito me hubiera percatado de que aquella mujer no tenía una mirada limpia? Cuando alguien querido desaparece, todos nos preguntamos qué dejamos de hacer que podíamos haber hecho: Decirle más veces te quiero, no reñirlo tanto, llevarlo a pasear bajo los peces de aquel acuario... Los malos que matan, nunca dejan sólo un muerto. Porque los que le quieren y le sobreviven, también mueren un poco, ahogados por la propia pérdida y por el tan absurdo como inevitable sentimiento de culpa.