Opinión

Semana Santa

La que comenzó ayer no es una semana cualquiera, una más entre las 52 que se suceden en el año. Tiene algo muy especial. Que los cristianos la celebremos se explica porque conmemoramos la Pasión y Muerte de Jesucristo y su Resurrección; ahí es nada. Las calles de toda la geografía nacional han comenzado ya a llenarse de procesiones que se intensificarán sobre todo el Jueves y Viernes Santos; un año más asistiremos a la explosión de la piedad popular. Adivino el escepticismo de algún lector (a) que me objetará que eso es folclore o sentimentalismo, resabios de un nacional catolicismo que no se resiste a morir, montajes para atraer turismo y ganarse unas pesetillas. Me he cansado de leer comentarios de este tipo. Hay un dato interesante aportado por la revista «Vida Nueva»: el número de hermandades se ha disparado en nuestro país; hoy contamos con tres millones de cofrades cuando hace veinte años no llegaban al millón y ya no se trata de abuelitos o padres entrados en años; muchos de ellos son jóvenes que han vivido en familia una tradición secular. Habrá, sin duda, casos en los que predomine lo accidental, el gustillo de ponerse un hábito y cubrirse la cabeza con un capuchón. En otros muchos sin embargo se ha profundizado la identidad cristiana de la hermandad que se traduce en una formación permanente del cofrade y en un derrame caritativo hacia los sectores más desasistidos de la sociedad. La acción social de las cofradías es un fenómeno muy poco conocido pero importante.