Opinión

¿Guerra Fría o problemas domésticos?

Las expulsiones de diplomáticos rusos realizadas por Gran Bretaña han provocado una espiral que obliga a preguntarse si nos hallamos sumergidos en otra Guerra Fría o en los inicios de algo peor. Quizás todo quede claro si examinamos la situación en clave de política interna. Una «premier» Theresa May que está gobernando con notable incompetencia se encuentra con el envenenamiento de un antiguo agente ruso. Lógicamente, habría que haber determinado quién lo perpetró, ya que el arma química en cuestión la tienen rusos, ucranianos, israelíes y británicos por sólo mencionar a algunos.

Sin embargo, la señora May decidió, sin asomo de duda, culpar a Rusia el 12 de marzo. Era una afirmación atrevida porque todavía el 20 de marzo Ahmet Üzümcu, director general de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ), señaló que serían precisas «otras dos o tres semanas para finalizar el análisis» de las muestras tomadas. A esas alturas, sin embargo, la «premier» había conseguido agrupar a unos desilusionados británicos en pos de sí y, por si fuera poco, había convocado a las fuerzas de la OTAN como si fuera Churchill enfrentándose al «Führer».

La reacción de la prensa británica –la misma que defiende a los golpistas catalanes– llegó a extremos deplorables poco menos que exigiendo un ataque militar contra Rusia. También hubo voces discordantes como la del antiguo embajador británico Craig Murray, afirmando que no era nada seguro que lo sucedido pudiera atribuirse a los rusos y que recordaba mucho la desinformación sobre las armas de destrucción masiva que antecedió a la invasión de Irak por Estados Unidos y Reino Unido en 2003.

Quizás todo habría quedado en una expulsión de diplomáticos seguida por la lógica respuesta de Rusia –que, en vano, solicitó poder colaborar en la investigación– de no ser por la clave también doméstica del presidente Donald Trump. Acosado por un Partido Demócrata que no ha conseguido metabolizar a día de hoy la derrota de Hillary Clinton en las presidenciales de 2016 y que persiste en repetir que Trump llegó a la Casa Blanca gracias a la ayuda de Vladimir Putin, el presidente norteamericano ha debido forzar la mano. Si May es antirrusa, más lo debe ser él. A continuación, como era de esperar, ha venido el toque de silbato para que el resto de los aliados expulse también a diplomáticos rusos.

La respuesta ha sido desigual. En cabeza, justo tras Estados Unidos y Gran Bretaña, se ha puesto Ucrania, donde un golpe de Estado derribó a un presidente prorruso y encaramó a otro anti Moscú. Más allá las respuestas han resultado tibias. La mayoría, de Estonia a Irlanda pasando por Rumanía, se ha conformado con expulsar a un solo diplomático. Bulgaria, Luxemburgo, Malta, Portugal, Eslovaquia, Eslovenia e incluso la UE no han expulsado a nadie. España se ha quedado en la parte media baja –como siempre– expulsando a dos. Y mientras esperamos a ver qué diplomáticos españoles son represaliados, cabe preguntarse si estaríamos metidos en esta situación de gobernar bien la señora May o de haber aceptado su derrota el Partido Demócrata.