Opinión

Aquellos días azules

Superado el largo invierno, la vida en el pueblo se reanudaba. El paisaje volvía a ser azul. El cielo se teñía de un azul purísimo y el paisaje se abría hacia poniente y mediodía con el azul claro de la sierra. El cristalino azul del aire se convertía en el territorio bullicioso de los gorriones, de los tordos y de los ocetes, que jugaban al marro por las esquinas, con agudos chillidos, y que tenían su escondite preferido en las «reclices» del frontón de la iglesia. Al salir de la escuela jugábamos en las herrañes, florecidas de narcisos silvestres, a «Tres navíos hay en la mar». Los del otro bando respondían: «¡Y otros tres a navegar!» Soñábamos con el mar sin haberlo visto nunca. ¡Aquellos machadianos días azules, aquel sol de la infancia! Desde la distancia, no puedo imaginarme ahora de otro color los días felices y luminosos de la primavera en el pueblo. ¡Cómo contrastan hoy con el hosco y oscuro rostro de la patria en Cataluña!

El pueblo, como digo, revivía. La presencia de la nieve se reducía a unas manchas residuales, sucias y blanquecinas, en los huecos de las umbrías. Las tareas del campo se reanudaban. Volvían a salir las yuntas arrastrando el arado a sembrar los tardíos. Los sembrados de trigo y de cebada, lo mismo que las esparcetas, que habían permanecido sofocados por la nieve y las duras heladas, reverdecían con las primeras lluvias de abril. Sobre ellos harían pronto torres de música las alondras. Las ovejas rezagadas parían los últimos corderos pascuales. En los ribazos rompían a florecer los morrenglos de flor amarilla, los bizcobos, los calambrujos y los espinos de flor blanca. No tardaría en cantar el cuco. Cualquier mañana de éstas el cu-cu sonaría por el prado de los Rebollos, por Bajorente o por el Cubillo. Era la señal inequívoca de que el invierno quedaba atrás y llegaba la primavera. «Si el cuco no canta/ el 15 de abril/ es que está malito/ o se va a morir». El canto del cuco nos alegraba el corazón a todos. Los caminos, al fin transitables, se poblaban de arrieros, montados en sus caballerías. Llegaban al pueblo los amolanchines, los cochineros, los hueveros, los guarnicioneros, los capadores, los coleteros, los cesteros, los comediantes...

(Después de ver los telediarios y las portadas de los periódicos, uno necesita regresar, qué le vamos a hacer, a los días azules de la infancia, en un intento desesperado de recuperar la inocencia. Compréndanlo).