Opinión
Defensa del cuco
Hablemos, pues, del cuco, ese pajarraco que anuncia la primavera, ahora que parece que escampa en España. A estas alturas los cucos ya han abandonado los bosques ecuatoriales del África subsahariana, donde invernan y han recorrido la misma o parecida ruta que siguen los emigrantes hasta las puertas de Ceuta y Melilla. Ahora mismo va acomodándose en nuestros montes a la espera de poder ocultarse bajo las hojas nuevas. Su aspecto es más fiero que dulce. Parece, a primera vista, un pájaro de cuidado. Astucia no le falta. La hembra vigila un largo territorio observando los nidos en construcción, en los que poner sus huevos. Estos nidos pueden ser de cuervo, carricero, acentor común, bisbita, chochín, petirrojo, lavandera... Cualquiera es bueno. Llega a poner doce o trece huevos, cada uno en un nido distinto. Su técnica es impecable: quita un huevo y pone el suyo para que los dueños del nido no se den cuenta. Lo pone por la tarde aprovechando que la mayoría de las aves lo hacen por la mañana.
Este parasitismo le ha dado al cuco mala fama, que no parece justificada. Un trabajo realizado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, con la colaboración de varias Universidades durante dieciséis años, demuestra que los pollos de los cucos emiten una mezcla de pestilencias – ácidos, fenoles, sulfuros apestosos...– que ahuyentan a las aves de presa, gatos monteses y otras alimañas que pretendían comérselos. En resumidas cuentas, el parasitismo acaba en mutualismo. A cambio de posada gratis, salva el negocio del propietario. Los nidos en los que el cuco es inquilino prosperan mejor que aquellos en los que no lo es, porque alejan a los depredadores. Como tantas leyendas negras, ya era hora de acabar con la que pesaba sobre el pájaro de la primavera. Más que parásito de derechas, holgazán, aprovechado y de mala ralea, como rezaba su mala fama, el cuco parece más bien un pájaro anarquista: repudia la propiedad privada, paga religiosamente su alquiler, es solidario, se adapta a comer lo que le den -insectos, arañas, ciempiés, lombrices o semillas, depende de en qué nido nazca, vive en libertad sin ataduras familiares –los cucos no conocen siquiera a sus padres– y canta para todos los habitantes del bosque. Emigra de noche y cruza el océano en solitario, guiado por su increíble instinto. Su radical individualismo le aleja de los movimientos sociales, de los bandos, de los alborotos del bosque y, por supuesto, de populismos y nacionalismos.
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