Opinión

Viola, violín y violón

Se están metiendo mucho con la equilibrada dirigente socialista y presidenta de las Islas Baleares, Francina Armengol. La buena mujer no ha hecho otra cosa que poner, al fin, los puntos sobre las íes. En España, la música sinfónica no ha evolucionado porque no se ha exigido en las orquestas la imprescindible cualidad de hablar con soltura el catalán. Ser un virtuoso del violín es muy difícil. Pero nada hace más daño a un virtuoso del violín, o la viola, o el oboe, o el contrabajo o la percusión si ignora el idioma catalán. Sin un buen catalán, el virtuosismo no sirve para nada. Los grandes directores de las más prestigiosas orquestas exigen a sus profesores el dominio del catalán. La Filarmónica de Viena ha sido la pionera en demandar tan lógica exigencia, y la Filarmónica de Berlín ha seguido sus pasos inmediatamente. Para formar parte de tan prestigiosos conjuntos, el catalán es más importante que el virtuosismo musical. Y Francina Armengol, la culta socialista, la renombrada melómana, no ha tardado en reaccionar. A partir de ahora, el conocimiento del catalán será obligatorio para quienes aspiren a formar parte de la Orquesta Sinfónica de Baleares.

La música es un idioma universal, no tiene fronteras, desconoce el egoísmo, huye de la aldea y alcanza la sensibilidad de los seres humanos en todos los rincones del mundo. Pero faltaba el catalán para dominar todos los horizontes. Creo que fue Pep Guardiola el que lo dijo: «Beethowen y Mozart no alcanzaron la cima de la creación musical porque no sabían hablar en catalán». Y por esta vez, y sin que sirva de precedente, estoy completamente de acuerdo con Pep. Ese muro que, a finales del siglo XX, se levantó en las altas esferas musicales contra el catalán tiene sus responsables. No se atrevieron a dar la cara. Ni el alemán Herbert Von Karajan, ni el rumano Celibidache, ni Karl Bhöm, ni... una interminable relación de anticatalanistas. Los sabios de la música sinfónica, romántica o barroca, van más allá y culpan a la familia Strauss, padre e hijos, de ser los primeros en componer sus valses, sus polkas y sus marchas sin inspirarse en lo catalán. Prueba de ello es que la famosa «Marcha de Radetzky» podría haber sido la «Marcha de Wilfredo el Velloso» o «Pilós», y nada. Y Brahms, el canalla que pudiendo escribir y orquestar sus «Danzas Catalanas», se empeñó en componer las «Danzas Húngaras», lo cual demuestra la catalanofobia del mediocre compositor. En Rusia, en Alemania, en Italia, en Austria, en Francia, en Inglaterra y en España, sus orquestas se conjuraron para no exigir el catalán en sus exámenes de acceso. Y la música se detuvo, la armonía se perdió y el porvenir glorioso se fue al garete. Sí, lo han leído bien. Al garete, a la deriva, al rumbo desnortado de la vulgaridad. Francina Armengol, que es una culta e inteligente socialista balear, a pesar de no ser catalana, ha gritado ¡Basta ya! sin complejos ni prudencias. No hay batuta, ni arco o cuerda de violín, ni llanto de oboe, ni estruendo de trompa aceptable en la música si el que dirige o el que ejecuta las órdenes de los libretos, no sabe hablar catalán. Es decir, que Rufián que sabe catalán, puede –en caso de que se apunte a un Máster de Violín–, estar más capacitado para formar parte de la Sinfónica de Baleares que la maravillosa violonchelista rusa Ella Carberry, que a partir de ahora tendrá que marcharse a Rusia por su impertinente proceder. La violonchelista es una virtuosa, una casi insuperable hacedora de belleza, precisión y emoción desde su «chello», pero al negarse al aprendizaje del catalán, ha cerrado sus puertas para siempre en la Sinfónica de Baleares.

Ya es hora de que nuestros dirigentes socialistas, que son los que representan la sensibilidad y la cultura, actúen como se espera de ellos. La música es una excusa. Lo fundamental es, terminado el ensayo, dirigirse al director pronunciando a la perfección «bona nit».

Y de verdad, que no parece tonta, ni sectaria, ni catalanista del todo.