Opinión
Beber para vivir
No seré yo quien pretenda erradicar el alcohol de nuestras vidas. Ni quien piense que el mundo es mejor a palo seco. Reconozco que una copa de vino, o incluso dos, mejoran mucho la calidad de las sonrisas. La tercera es la que sobra. Y la cuarta, y la quinta.
Más allá de que los investigadores nos señalen ahora con minuciosa determinación cuánto tiempo de vida nos roban las copas de más, yo me quedo con las conversaciones que nos perdemos cuando el alcohol nos nubla el entendimiento. Está claro que vivimos la vida combatiendo las mil y una tentaciones que atentan contra nuestra salud; pero por encima de la cautela frente al alcohol, los cigarrillos, las grasas «trans» o la ya temida acrilamida, me preocupa que en vez de disfrutar de los «vicios», ellos nos hagan presos y, además del buen estado físico, nos roben las ganas, el tiempo, las miradas o la propia vida... Y más aún que al día siguiente de habernos quedado entre sus garras, no sepamos si hemos vivido un día más o un día menos, y que al otro entendamos que todo lo que vivimos ayer, sin percibir que lo vivimos, es como si no lo hubiéramos vivido, por más que no pare el contador.
No seré yo quien pretenda erradicar el alcohol de nuestras vidas. Ni siquiera el exceso. O el riesgo. Pero sí quien advierta que pasado el límite de nosotros mismos, allá donde aparece tantas veces ese otro «yo» distinto y desconocido que también habita en nuestro interior y que nos gusta menos, ya no bebemos para vivir sino que vivimos para beber.
Y es ahí, precisamente, donde se pierden las horas y los días...
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