Opinión

«Amica nostra»

Festival James Comey en las televisiones. Del visionado de su entrevista en ABC surge un ex director del FBI ambiguo pero serio, discutible pero leal al mandato encomendado, al país y la placa. Asoma también un presidente voluble. Un niñato caprichoso, lenguaraz, matonil, chusquero y moralmente desorientado. Provoca cierto pasmo que Comey aluda a la estatura física o las manos de Trump: fruslerías de sainete para solaz de un público embrutecido. No digamos ya los comentarios del viejo y austero fiscal respecto a su propia actuación en el caso de los correos electrónicos de Hillary Clinton.

Entre otras cosas porque parece admitir que hizo lo que hizo, publicitar que reabría la investigación a pocos días de las elecciones y anunciar que lo cerraba casi inmediatamente sin ofrecer más explicaciones. O sea, repintando con una preciosa capa de incógnitas la credibilidad de la candidata y, de paso, propulsando al visceral Trump, que lo hizo, decía, por pura política. Si total, para qué aclarar de forma contundente que no había nada contra Hillary, para qué destripar la decisión del FBI, cuando estaba claro que la demócrata iba a ganar sí o sí y el rubio adefesio moriría en las urnas. Por lo demás Trump había vilipendiado a Comey cuando cerró el caso de los emails. Lo alabó con fuegos artificiales al retomarlo. Volvió a injuriarle en cuanto lo cerró definitivamente. ¿Por qué? Es que siempre le ha importado un huevo lo sucedido. Solo los frutos que pudiera recoger. Imposible no recordar al escuchar a Comey, convencido como está de que sin verdad muere la democracia, el diagnóstico de la gran Hannah Arendt.

Cuando de vuelta a Alemania sentencia que el descrédito de los hechos entre unos ciudadanos que creían que la invasión de Polonia podía opinarse era propio de canallas y no solo: de gente amamantada intelectualmente en el totalitarismo. Trump no tanto, por cuanto habría que suponerle un intelecto. Uno sofisticado. Capaz de abstracciones más allá de la búsqueda del beneficio inmediato y los reflejos carnívoros propios de los mejores y más hambrientos leopardos del Serengueti. Sobresale un tipo que concibe la política con códigos que Comey sitúa cerca de Corleone. Esos «amica nostra». Quién nos iba a decir que la realidad imitiaría según qué ficciones. Esa forma de hacer política con chándal y esclava de oro. Apenas faltan los gansos en la piscina.