Opinión
Las Carolinas (y II)
Me referí en pasada Tribuna a la crisis sobrevenida por un acto de prepotencia del II Reich de Bismarck, respecto al intento de ocupación de Las Carolinas, islas españolas desde 1528. Se acusó entonces entre ardorosas manifestaciones populares, la falta de carácter de un buen oficial de la Armada –Guillermo España– que con superioridad naval en puerto Tomis, no hubiese zanjado la prepotente presencia de un barco alemán, como se hacía entonces, con las cañoneras. La prudencia de aquel oficial evitó una escalada bélica con la segunda potencia naval del mundo. Provocación a la que no estábamos en condiciones de responder, faltos de una verdadera política de construcción naval a medio y largo plazo. A uno más corto, entre manifestaciones y proclamas, si hubiéramos estado en condiciones de asaltar un consulado alemán o a inmediatos e imposibles fletes o botaduras, sufragados por patrióticas suscripciones populares.
Amortiguó el supuesto malentendido un laudo de León XIII promulgado en diciembre de aquel 1885, un mes después del fallecimiento de nuestro Rey Alfonso XII que junto a su esposa, la luego Regente Maria Cristina de Augsburgo, mediaron en la crisis con el Emperador Guillermo I. Menos mal que Cánovas y Sagasta se comprometieron a dar estabilidad a la Regencia. ¡Bien sabían quienes asesinaron al primero en agosto de 1897 lo que querían romper!
Reflexionaba sobre aquel malentendido teñido de prepotencia, en «modo Cataluña», a raíz de la crisis provocada por un tribunal territorial alemán y las declaraciones de su ministra de Justicia, desmentidas después por su Gobierno. No puedo dejar de citar que el defensor elegido por Puigdemont es un antiguo fiscal de este mismo tribunal, lo que me hace encender luces rojas ante la cada día más frecuente figura de fiscales que rinden su toga vocacional a la más rentable del mundo de las defensas, particularmente las bien dotadas económicamente.
Pero lo que no podíamos hacer en 1885, si pudimos hacerlo en la década siguiente. Y no lo hicimos. Con otro decorado, la crisis de 1898 nos llegó con similares carencias, con la diferencia de que Cuba, Puerto Rico y Filipinas representaban mucho más que unas perdidas Carolinas. Un esfuerzo particularmente naval como el que precisábamos necesitaba una política nacional cohesionada, con programas económicos consolidados y una industria metalúrgica ligada a los astilleros y a los parques de Artillería, a fin de dotar a nuestras fuerzas armadas de medios modernos similares a los utilizados por las potencias clásicas y emergentes. La posible lección aprendida en Carolinas no se plasmó en realidad. Tendríamos que tropezar en la misma piedra en 1898 para que, dentro de la política regeneracionista que siguió al desastre, el Almirante Ferrándiz emprendiese un programa de reconstrucción de nuestra Marina. Pero pronto (1909), entre la Semana Trágica de Barcelona y la caída del gobierno Maura, el programa se desvaneció. ¡Y, suerte que ante el estallido de la Primera Guerra Mundial nos mantuvimos neutrales!
Estamos en 2018 y en reciente comparecencia parlamentaria, el Jefe de Estado Mayor de la Defensa –difícilmente encontraríamos a otra persona tan honesta como preparada–, señaló con lenguaje «directo, sincero contundente y sin juego de palabras» la situación crítica que viven las actuales Fuerzas Armadas. «Diez años sin inversiones han dejado a las FAS en situación crítica»; «la inversión real no ha alcanzado las cifras de 2008 anteriores a la crisis económica» y no cumplimos de largo los compromisos de seguridad común con la OTAN. «Soy consciente de que hay otras demandas de la Sociedad; pero me parece temeraria la disyuntiva cañones o mantequilla, la conocida máxima económica». Cuando reiteró que «los riesgos para la seguridad son reales» terminó diciéndoles a los diputados: «Son ustedes los que deben liderar una campaña de información sobre la cultura de Defensa; quienes deben hablar de la necesidad de inversión».
¡Bien sabe, querido lector, lo que me temo! Porque los problemas internos, no solo desvían la atención de sus señorías, sino que no se desarrollan políticas de Estado a medio y largo plazo. No solo en Defensa.
En otros frentes, pasamos de pertinaces sequías a inundaciones periódicas, sin que seamos capaces de definir un Plan Hidrológico que palíe en todo lo posible ambos problemas. ¿Por qué en Valencia se encontró solución a las riadas del Turia de 1957?
¿Alguien cree que el problema de las pensiones se resuelve con manifestaciones en la calle y en rifirrafes acusatorios en nuestras Cámaras? ¿Calculará alguien lo que nos han costado los cuerpos de policía autonómicos y las consecuencias de la deslealtad institucional de los Mossos en la última crisis catalana?
Mientras nos diluyamos en luchas políticas cainitas, faltos de verdaderos hombres de Estado, estaremos en peligro de tropezar en la misma piedra.
✕
Accede a tu cuenta para comentar