Opinión

La inmortalidad

En esta semana se habló en distintos periódicos de la «muerte de la muerte». He buscado si alguien profirió en algún momento de la historia un grito semejante, pero sólo hallé el «muera la inteligencia» y el «viva la muerte» del general Millán Astray, ante el horror de un Pemán que intentaba suavizar la situación con un «viva la inteligencia, mueran los malos intelectuales».

Sobre la inmortalidad (y también sobre la identidad) escribió ampliamente mi muy venerado Milan Kundera, a quien leí sin descanso siendo veinteañera desde aquella «insoportable levedad del ser». Kundera era –y sigue siendo– un referente para mí, y también para Arrabal: juntos echábamos horas hablando de quien nunca tuvo –ni ya tendrá– el Nobel, aunque no le falten sobrados méritos para ello.

En «La inmortalidad» transforma todos los aspectos del mundo en cuestiones metafísicas y revela a Goethe como candidato a la inmortalidad, un hombre universal y poliédrico que caminó sobre la tierra, cuya inmortalidad es indiscutible. Sentimental y romántico, para el autor del Fausto el mundo de hoy no tendría demasiado sentido.

Pero dejemos la divagación, que las líneas corren y el espacio es limitado. Nos dicen que vamos a vivir cien, doscientos años, que no moriremos así como así, que esto tiene ya una fecha: 2045, año en que «la vida podrá con la muerte», y es que las causas relacionadas con el envejecimiento se podrán ya combatir, «pasaremos de la evolución biológica a la evolución tecnológica», dentro de dos años empezarán a comercializarse tratamientos biotecnológicos para el rejuvenecimiento humano, los tenemos ahí, a la vuelta de la esquina inesperadamente y la inmortalidad no será ya «el resultado de nuestras acciones», como escribió Saramago en su inolvidable (e inmortal) «Ensayo sobre la ceguera».

(Este artículo me ha salido mucho más literario que científico, pero es que el tema da para mucho y sobre él hay mucha tinta derramada...).