Opinión

Periodistas muertos y revolución

En la última etapa de Felipe González al frente del gobierno tuve ocasión de charlar en Managua de manera distendida con la presidenta nicaragüense Violeta Chamorro durante una visita oficial del jefe de nuestro Ejecutivo a este país –el padrecito Felipe» le llamaban por las pingües ayudas españolas que en esas época regaban numerosos proyectos de desarrollo en Centroamérica–. Fue una conversación en la que me chocó de manera especial el escepticismo de la presidenta, viuda de periodista mártir en defensa de las libertades, a propósito del vigor de su recién ganada democracia: «Nada garantiza que Pedro Joaquín sea el último periodista o defensor de la justicia en caer a manos del totalitarismo intransigente».

Los luctuosos sucesos que vive hoy la Nicaragua sandinista, que es lo mismo que decir la Nicaragua gobernada por un partido comunista, vienen a coincidir con el 40 aniversario del asesinato del marido de la ex presidenta, Pedro Joaquín Chamorro, director del diario «La Prensa», durante la dictadura del sátrapa Anastasio el «Tacho» Somoza. Es justo ahora cuando cobran un especial carácter premonitorio esas palabras de Violeta Chamorro tras el asesinato hace cuatro días de otro periodista Ángel Eduardo Gahona, también de un disparo en la cabeza mientras filmaba una protesta popular en la ciudad de Bluefields contra las políticas de un dirigente instalado en el poder, cierto que por la vía de las urnas, pero bajo serias acusaciones de fraude electoral, como es Daniel Ortega.

Las masivas manifestaciones en contra de la polémica reforma del sistema de seguridad social se han cobrado docenas de muertos y la situación viene a evidenciar que los totalitarismos de extrema derecha como aquel régimen del «Tacho» o políticas erráticas de izquierdas como las de Ortega, por mucho que emanen de un régimen presidencialista, acaban confluyendo en el mismo punto del círculo aunque procedan de direcciones opuestas. La coincidencia entre lo que fue el principio del fin de un régimen y lo que empieza a marcar el canto del cisne del sandinismo en su actual etapa de poder viene marcada por la muerte de unos periodistas que, en distintas circunstancias, dieron la vuelta al mundo. El asesinato de Chamorro supuso el enterramiento de Somoza. Lanzó al pueblo nicaragüense a la calle y certificó poco después un punto final a la dinastía de terror con la llegada del sandinismo al poder de la mano de su eterno líder Daniel Ortega. Hoy es el gobierno comunista el que se tambalea ante otra protesta que ya no parece ser reversible. Es la maldición de la América que tiembla de huracanes y vive de amor que escribía Rubén Darío. Muerto el tirano, ¡viva el bolivariano!