Opinión

Mayo

Cuando me disponía a escribir de los enredos políticos, me ha venido a la cabeza aquella letrilla: «Estamos a treinta / de abril cumplido / mañana entra mayo,/ hermoso y florido». Y me dejo llevar por los recuerdos. Desde la antigüedad, la llegada de mayo, en el corazón de la primavera, «pífano y tambor», invita a la fiesta. Los campos muestran por fin su rostro amable. Esto es más de agradecer en las Tierras Altas tras el largo y hosco invierno. Encaña ya la mies, cantan las alondras en las esparcetas, revive el monte y se acieman y mullen las huertas. Pero en la posguerra mayo tenía también su lado oscuro. El campesino miraba al cielo con ansiedad esperando la lluvia y empezaban las escaseces. Apenas quedaba ya harina en el costal del somero para un par de hornadas y aún no blanqueaban siquiera las cebadas. «Días de mayo,/ días amargos,/ los panes cortos / y los días largos».

No se sabe bien el origen del nombre. En el calendario romano era el tercer mes del año. Puede provenir de la diosa Maya –«bona dea», la diosa buena–, hija de Atlas, condenado a sostener el mundo sobre sus espaldas, y madre de Hermes, una diosa asociada a la fertilidad y a la maternidad. En su honor, en este mes que coronaba la primera estación del año, se celebraban en Roma unos ritos secretos sólo para mujeres, que bien podrían ser un adelanto de la rebelión feminista. Entre nosotros ha derivado en el comercial Día de la Madre, en la fiesta de los «mayos», en el largo puente y en los concursos populares de las Cruces de Mayo, especialmente relevante el de Córdoba, con los patios floridos. En Castilla, pingar el «mayo» era una forma festiva –que algunos interpretan fálica– de rendir culto a la Naturaleza. Las tradiciones paganas acostumbran a solaparse con las cristianas. En la Cruz de Mayo se bendecían los campos cantando letanías.

La Iglesia bautizó como fiesta de San José Obrero el 1º de Mayo rojo y Franco sofocó las revueltas sindicales y el canto de la Internacional con los Coros y Danzas de la Sección Femenina. Los mozos del pueblo, sin que nadie los acusara de machistas, ponían por la noche los «mayos», ramos de flores, en las ventanas de las mozas mientras rondaban de puerta en puerta con laúdes y guitarras: «Ha venido mayo,/ bienvenido sea,/ para las hermosas/ y para las feas». Pues eso.