Opinión
La bella Murcia
«Soy de Murcia, ¿qué puedo hacer?» –le preguntaba con preocupación existencial un espectador a un presentador de televisión recientemente. No he sido capaz de averiguar exactamente de qué presentador se trataba, pero –supuestamente– este era un chiste recurrente en la sociedad española contemporánea. Incontables cómicos habían lanzado pugnas similares contra la prodigiosa provincia de Murcia, la bella Murcia, dotándola de irrelevante dentro de la narrativa cáustica del país, sin saber absolutamente nada de sus tesoros. Felizmente, no era consciente de los prejuicios que tendría que haber aprendido antes de visitar Murcia. Aún así, llegó a maravillarme y sorprenderme profundamente. Su sardónica reputación entre los cómicos de la televisión no podría estar más lejos de la realidad; realidad en la que Murcia era un oasis, verde y fértil, lleno de castillos y dragones, en el que comían las más exquisitas frituras hechas de sus hojas de limonero. Los murcianos, sin duda alguna, tendrían que disimular la magia que se encontraba en sus tierras. Era uno de los secretos mejor guardados de España, sobre todo ante los ingenuos espectadores que pretendían encontrar respuestas o verdades en sus programas de televisiones.
Murcia es llamada la huerta de Europa, rodeada de suntuosos campos de verduras. Y verdaderamente no hay nada más elegante que las verduras. Unamuno mismo se dejó torturar por el dilema de si Murcia era «la ciudad más huertana de España o quizás la huerta más urbana de Europa». Hablando de verduras todo se vuelve ínfimamente más refinado. Los ciclos de la vida, sus encantos y enigmas, se vivían más intensamente en una huerta, expuestos a la sinceridad de la naturaleza.
Entre las grandes maravillas que se encuentran en la provincia de Murcia, sus verduras son un caso aparte. Tuve la suerte de casi perder la compostura con una fresca y crujiente alcachofa (cubierta en tempura) que serviría de defensa suficiente para justificar el más terrible de los males... Una alcachofa con la que escaparse al infierno. Sus zarangollos tampoco estaban nada mal. Un revuelto de calabacín, cebolla y huevos con el que también pasaría una eternidad de placer compartido.
Soy una firme creyente en juzgar un lugar por su comida; y en este caso Murcia se lleva una nota magistral gracias a su grandeza natural. El buen rollo local, por otra parte (aunque sospecho que no del todo independientes entre si), debería de ser patrimonio nacional. Algo hay que hacer para que el resto de España se parezca más a Murcia. Hay que vivir en huertos y reclamar la magia en nuestro día a día. Hay que vivir como las flores, morir y florecer tantísimas veces. Vivir con fantasías omnipresentes...
La catedral de Santa María, empezada en el siglo XIV, es un monumental homenaje a la fantasía de Murcia. La Capilla de las Cadenas resulta particularmente inolvidable, una genialidad gótica cuyas características no pueden ser más surrealistas y postmodernas, un guiño al querido surrealismo español, que crece en sus tierras. Coloridas cristaleras y todo tipo de encantos religiosos se hallaban en el interior de la catedral. Un enloquecedor cuadro renacentista que parece mostrar los pensamientos de cada uno de sus protagonistas aún es capaz de provocarme escalofríos. Claramente esto de comer verduras sienta muy bien y puede proporcionar todo tipo de poderes psíquicos. La saludable e indulgente dieta murciana ha producido maravillas. Por lo que pudimos ver durante nuestra breve visita a la Murcia Fashion Show, reinaba una alegría admirable y todo funcionaba perfectamente. Era la primera edición, el pre-lanzamiento, de hecho, de la Murcia Fashion Show, y parecía como si llevara ya años establecida. Asombrosamente no hubo ningún tipo de problema grave, a parte de las amputaciones de pies que tuvimos que llevar a cabo sobre varias modelos. Modelos que felizmente se cortaban los pies y se unían a la causa agathista.
Nuestro desfile fue todo un éxito. Tuvo lugar en el Museo de Bellas Artes de Murcia (el MUBAM), antiguo refugio del conde de Floridablanca. El erudito secretario de estado de Carlos III era un iluminado, alimentado por los mágicos manjares de Murcia. Uno de los múltiples creativos y prodigios que parecían salir de esta sublime provincia. Paco Pintón –editor de libros, dj y diseñador de gran carisma– y Sita Abellán –princesa del tecno, de las pasarelas y emisaria intergaláctica– eran otros dos muy dignos ejemplos del honor de ser murciano y merecedor de sus hechizos. Quiero agradecer a la fantástica organización del Murcia Fashion Show, a las guapísimas modelos que desfilaron para nosotros y a las inmejorables gentes de Murcia por acogernos en su tierra de fantasía. Ha sido un arrebato instantáneo, el descubrir que nos entendemos. ¡Que viva Murcia! ¡Y que vivan sus futuros agathistas!
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