Opinión

La eutanasia como tentación

Cándido Pestaña respiraba fatal. Se fatigaba mucho y, como consecuencia de un EPOC, necesitaba oxígeno permanentemente. A pesar de ello paseaba, salía y hacía la vida de un jubilado de 78 años.

Cada cierto tiempo la insuficiencia lo llevaba al hospital, donde un buen chute lo volvía a poner en marcha. Hasta que se encontró con el doctor Luis Montes en el Hospital Severo Ochoa de Leganés. Su hija Fabiola acompañó al enfermo a Urgencias: «Entró por su propio pie y lo pusieron en un box. El doctor entró y vio que estaba agitado. Dijo que le iba a poner algo. Vino con una inyección, se la puso él mismo y a la media hora fallecía». Montes no había mencionado la palabra sedación.

No preguntó ni a padre ni a hija. Fabiola Pestaña, militante del PSOE, puso una denuncia que se sumó a la presentada por la Asociación de Víctimas de Negligencias Sanitarias (AVINESA). Los expertos nombrados por el juez encontraron 73 historias clínicas de pacientes sedados y fallecidos en las Urgencias de Montes que no se ajustaban a la Lex Artis. En 34 casos señalaron directamente mala praxis. Pero el tribunal no pudo pronunciarse sobre la responsabilidad porque los cadáveres habían sido incinerados.

A Luis Montes se le pretende dar ahora el nombre de una calle en Madrid. Su nombre está en los pasillos del Congreso de los Diputados, que acaba de admitir una proposición de Ley del parlamento catalán para despenalizar la eutanasia (aplicar una substancia letal a un enfermo incurable) y el suicidio asistido (indicar al paciente qué debe tomar para acabar con su vida). El PP ha votado en contra y Ciudadanos se ha abstenido, en una tibia maniobra.

El debate que nos espera en los próximos meses no es sobre el dolor al final de la vida. La ciencia cuenta con recursos para eliminar cualquier dolor, aunque sea al coste de acortar una vida que se acaba. El encarnizamiento terapéutico ya no está de moda. El problema es otro. Estriba en poder decidir la propia muerte o la de los seres queridos cuando y como uno quiera. En palabras de Ester Capella, de Ezquerra Republicana: «La vida impuesta contra la voluntad nunca puede ser un bien jurídicamente protegido». Qué frase. Asistimos a un cambio de paradigma. Hasta hoy, el hombre luchaba por la existencia. Ahora lo principal no es vivir, sino poder elegir si se vive. Interesa más la autonomía personal que la existencia. Hay quien prefiere arriesgarse a que el médico se pase de la raya o sus parientes fuercen la máquina antes que asegurarse un sistema médico que defienda la vida por encima de todo. El caso de Luis Montes y Cándido Pestaña.