Opinión
La luz encendida
En años del estalinismo, en la extinta Unión Soviética, se decía que siempre permanecía encendida la luz del despacho de Stalin en el Kremlin. Tal vez ocurra ahora lo mismo con Putin, nuevo zar, aunque la imagen no sirva y se haya optado por su torso desnudo cabalgando. Se reprodujo durante el franquismo cuando otra luz brillaba permanente durante la noche en el palacio de El Pardo. Los exégetas no acostumbran a tener excesiva imaginación. Tampoco sé si brilla o no la luz nocturna en el piso berlinés de Carles Puigdemont, como tal vez pudo percibirse en su palacete de Bruselas. Pero lo cierto es que el núcleo duro de JuntsxCat corre presto a recibir instrucciones y seguir manteniendo el círculo sin fin de una Catalunya sin govern. Parece, sin embargo, al filo de tener que convocar elecciones el próximo día 22, que crecen las dudas. Tal vez unos resultados futuros les parezcan problemáticos o quieran doblar el espinazo de Esquerra Republicana, perdida su oportunidad en las últimas elecciones. El independentismo anda algo revuelto y los políticos encarcelados, cuantos eligieron el exilio, y el silencio de Mariano Rajoy contribuyen a dramatizar aquella imagen victimista de la Catalunya irredenta, que CiU forjó y se ha actualizado con banderas a gogó y manifestaciones masivas. Parece que a nadie debieran convenirle nuevas elecciones y menos a unos ciudadanos que, salvo los activistas, se muestran desengañados, encerrados en un círculo infernal, aunque apenas se deja sentir en la vida cotidiana.
No parece fácil alcanzar la cuadratura del círculo, pero una minoría sobrevuela un intento que en el ámbito judicial circula por sus propios raíles, demostración de que política y justicia viven en paraísos aparentemente separados, aunque comunicantes. Se observa decisivo el recién estrenado culto al personaje que, tras ocupar la vacante de Artur Mas, alcalde de una Girona secular tan adicta antes al PSC, se afianzó como emblema del victimismo aunque en el exilio, al tiempo que algunos de sus compañeros de gobierno eligieron la cárcel. El pecado original, sin embargo, debe situarse en un gobierno central que no acaba de entender que para dos millones de votantes esta situación les resulta muy conveniente. Puigdemont, emblema de la legitimidad, dudó entre convocar elecciones o permitir que se aplicara el 155 y se las convocaran. Eligió la incógnita que permitía que la autonomía lograda con tanto esfuerzo en los albores de la democracia posfranquista, se diluyera como un azucarillo en el café. La CUP exige el nombramiento de Puigdemont, símbolo de ruptura, o cualquier otra ruptura sin él. Permitió que una densa bruma oscureciera por poco tiempo los escándalos en los que se encontraba el gobierno central y el catalán (Pujol recibió hace pocos días otro homenaje más de senectud, en el que reconoció errores incluso personales sin nombrarlos, aunque jamás achacables al pueblo fiel). La crisis se utilizó en un momento dado como cubrecama, pero poco a poco se ha convertido en un problema que preocupa incluso en la UE. Las consecuencias económicas del antiprocés han sido escasas en una primera etapa y, dada la ineptitud de anteriores gobiernos de la Generalitat, apenas si se ha dejado sentir hasta el presente. La burguesía catalana, que supo adaptarse bien y hasta mejor durante el túnel franquista, se ha mostrado cómoda ante esta nueva situación. Las consecuencias de la larga crisis económica apenas han modificado las condiciones precarias de tantos catalanes atrapados en las redes del consumismo. Parece que los créditos al consumo se están incrementando, porque la población se ilusiona en vivir mejor, aunque ello suponga colocarse a merced de las trampas bancarias.
La luz berlinesa, sin embargo, no acaba de extinguirse y la fiel Elsa Artadi mantiene la tesis de Puigdemont ahora o Puigdemont después. Sus partidarios estiman que, en el peor de los casos, seguirá ejerciendo en el presente inmediato como gurú o ya presidente en un futuro republicano que entienden cercano. La república catalana en el exilio o su Consejo de notables supervisará las acciones de otro President independentista de una autonomía en extinción. El plan o planes de desconexión con España pueden estar ya trazados. Seguiremos viviendo en un laberinto hasta que el gobierno de Madrid, oso amenazante, no practique de algún modo algo que se inventó en los tiempos remotos, política, diálogo, y que, a su modo, los antiguos helenos calificaron de democracia. Pero los laberintos disponen siempre de una salida, aunque de emergencia. A la luz de una lámpara, como Diógenes, andaremos por este camino pleno de obstáculos desconocidos preguntándonos si fue necesario este rosario de despropósitos, por una y otra parte, hasta desembocar en el mismo punto de partida. Puigdemont debería apagar ya la luz berlinesa y dar las buenas noches.
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