Opinión

Los «opinionated»

Los juicios penales tienen una técnica jurídica compleja, en especial los delitos sexuales. Para emitir una opinión fundada en Derecho, o veredicto, hay que saber mucho Derecho, examinar los hechos, subsumirlos en la norma aplicable y estudiar la doctrina y la jurisprudencia.

Y la verdad es que me quito el sombrero con profunda admiración ante tanta gente que, por contrapartida, no necesita estudiar (y ni siquiera tiempo) para emitir un juicio fundado en Derecho. La verdad, admiro profundamente con qué facilidad se emite un veredicto. Yo, en cambio, he de confesar, con cierto complejo, que pese que llevo toda la vida en esto del Derecho con doctorados y libros y casos, no tengo nunca tan claras las cosas. No obstante, espero algún día llegar a ese nivel de destreza en el Derecho que tienen en cambio miles de personas. Todo es aprender y mejorar para llegar a ese nivel. En vez de una sentencia, pancarta. En vez de catorce días haciendo un dictamen, tengo que conseguir hacerlo en dos horas. Tanto estudiar, la verdad, cuando todo es más sencillo: rotulador, letrero, calle y altavoz. En nuestro mundo, los «opinionated», muchos opinan y pocos estudian (o si se estudia, es con veredicto predeterminado). De aquellos años en que había que animar las opiniones, hemos pasado al extremo opuesto: demasiado razonamiento (si llega) y poco fundamento. Es un fenómeno global, si bien acaso acentuado en nuestro país. Voy a contar, en un par de líneas, mi experiencia personal sobre todo esto, por si auxilia: en materia penal he tenido que intervenir en un par de casos mediáticos de alta política (en la parte central del litigio, que era Derecho administrativo, de contratación pública o urbanismo). Y mi sorpresa sinceramente ha sido en todos los casos (hasta la fecha) mayúscula cuando tuve ocasión de adentrarme en las entrañas más profundas del asunto: ¡no había nada consistente! Y, sin embargo, qué ruido.

Haciendo un poco de filosofía o sociología me pregunto desapasionadamente ¿cómo se explica todo este fenómeno, racionalmente tan singular? Pues bien, llego a la conclusión de que la explicación de todo esto está en «claves de poder». Lo que se aprecia es gente que está en el poder y otros que ansían el poder. Es decir, lo que hay es unos que están en el poder y otros que quieren quitar a esos para ponerse ellos. La manada no es un caso aislado: hay toda una corriente que, al parecer, piensa que argumentando en contra del prestigio de las instituciones y de España en general como país, pueden conseguir el poder, es decir, votos. El gran maestro en el oficio es Puigdemont, que lo ejerce con mérito indiscutible, como es ya de notorio conocimiento, y esperemos a ver si no termina recibiendo un premio. Así pues, finalmente los propios jueces se ven envueltos en todo este enredo. El otro día se llegaba a argumentar en televisión que, como en España no había condenas a jueces, y como esto estadísticamente era un imposible, es que algo olía mal. La verdad es que el argumento suena a chiste y es tan pueril que no merece ni contestación. Por cierto, he de decir que en los repertorios de jurisprudencia hay muchas sentencias de condenas a jueces en sede contencioso-administrativa, que revelan juicios a veces demasiado severos en mi opinión. Es decir, más bien es al contrario de lo que se dice. Pero entonces se dirá que, si existen tales condenas, será por algo. Los «opinionated» están movidos por intereses políticos y las razones de poco valen. Todo se politiza.

Por supuesto que hay sentencias mejores y peores. Sentencias que aciertan y sentencias que son un bodrio. Todos los días lo vemos y lo experimentamos. Y lo suyo es que una parte procesal resulte más insatisfecha que la otra. Pero una cosa es que esto sea así y que no pueda ser de otra forma (ya que los veredictos son humanos) y otra cosa es que vengan los opinionated a proponer un sistema alternativo basado en la justicia popular y en el desprestigio de las instituciones como medio de alcanzar el poder por esta vía. Sería preferible evitar el puro espectáculo. Ciertamente, para circos... el Coliseo, ¡eso sí que eran circos y no estos de ahora!