Opinión

María Teresa Campos y Bigote Arrocet fracasan en su promoción discográfica

Nos tienen desconcertados, confundidos y también alterados. María Teresa Campos y Edmundo Arrocet, de la elegía al desdén, siguen provocando polémica, disparidad de criterio y casi diría que incomprensión. Somos imposibles y, por eso, ahora cuestionan su disco conjunto sin nada de dúos y hoy te quiero más que ayer amorosos, aunque haya cariño para dar y tomar. Pero muchos no lo ven así y toman por alarde oportunista grabar su amor en un CD, que lo mismo recoge poemas amorosos de un Edmundo que siguió los consejos de Óscar Gómez, acaso el mejor productor de los últimos tiempos.

Siempre le decía la misma cantinela hasta que fue escuchado. «Con lo bien que cantas, no sé porque solo imitas a otros de menos posibilidades. Lánzate a grabar tu propio repertorio», estimulaba desde su sapiencia. Y al fin logró convencerlo tras tiempo invertido en entusiasmarlo. Ella no lo veía tan claro «porque hoy cualquiera se baja el disco que le interesa», consciente y enterada de cómo cambió la industria y el modo de promocionarla. Emparejar a Bigote con Teresa, que hasta el último momento intentó rehuir, sirvió de acicate estimulador de quien tiene la rutina casi cómoda de hacer de acompañante artístico. Quizá fueron los versos o textos que Teresa ponía como mar de fondo los que le decidieron a dar un paso al que se negó en medio siglo de carrera.

Juntos pero no revueltos. Pero así están ahora en el mercado ofreciendo lo mejor de sí. Él, aprovechando la oportunidad lograda tras varios años en «¡Qué tiempo tan feliz!», y ella colmada y realizada porque no hay nada mejor que cantarle el amor al ser amado. Aunque cree intranquilidad y temor. Quién de nosotros podía imaginarlo cuatro años atrás cuando se inició el «love» y solo los muy próximos intuimos el mutuo encandilamiento, para el que nada importaron los siete años de diferencia ni las historias tenidas cada uno por su lado.

Catorce años duró la mas profunda, no solo en tiempo, de Teresa con el vasco Félix Arechavaleta, con el que tantos veranos me harté en la relimpia Marbella estival de los buenos tiempos, que Gil y Gil limpió del fulaneo sin por eso molestar a otros de más entidad, alcance y mala vida. Daban lustre. Fueron pareja de moda, señorío imprescindible y reclamo para reacios. Nombrarlo parecía un «ábrete sésamo». «María Teresa y Félix han confirmado su asistencia», y bastaba para decidir a los indecisos, porque aquella irrecuperable Marbella gilista era muy elitista y recuerdo cómo, sin poderlos resistir, Jesús Gil eliminaba a Gunilla y a Luis Ortíz de sus convocatorias, citas o cenas. Disfrutaba humillándolos. Los tomaba por oportunistas, ni que aquello fuese la corte del rey Salomón, con el Chuli y el Pai, y saturada de condes extranjeros sin pedigrí.

Sobre altísimos tacones y con trajes de colorido estampado italiano, María Teresa siempre era guinda de cualquier reunión acompañada de Terelu, la deliciosa Carmen Borrego, el resistente Félix Arechavaleta, que se dejaban ver en noches de calendario festivo como el que Olivia Valère iniciaba el l4 de julio fes-
tejando la gala de la Cruz Roja o de la Triple A, que no era grupo terrorista sino de socorro para animales desvalidos que montaba Gunilla antes de heredar el fortunón materno. Fue heredar y alejarse de la Costa del Sol y su oropel.

Esto viene a cuento porque la otra tarde, al presentar su ilusionado trabajo conjunto, fueron ninguneados la Campos y Bigote. Me aseguran que solo dos personas asistieron al bautismo deprimente del disco que presentaron en un descentralizado Corte Inglés de Castellana, que a la experimentada Campos pro-
vocaba repelús. No se equivocó en el pronóstico, que talentosa y advertida Teresa desconfiaba de la nula promoción. Qué no sabrá ella. «Ya nadie acude al lanzamiento de un disco, es de otra época», pronosticó.

«Solo dos, dos solamente», remarcan. «Los han marginado hartos de que exploten su relación», me dijo uno malhumorado quizá de verlos tan pendientes el uno de la otra. Será que usan a la Campos como rebajador puñal del godo. Todo podría ser. Ya se sabe que España es diferente.