Opinión

Un país virtual

Tengo la sensación de no vivir en un país multicolor por el que se suspiraba, sino en otro virtual ajeno a la realidad inhóspita, aunque atento a la tecnología más reciente. Nos pirramos por la virtualidad, por unas lentes que permitan situarnos en lo ficticio y posiblemente más agradable. Responde también a quienes defienden la postverdad que otros calificamos de mentira a la pata la llana. Pasé la mañana del lunes pegado a las imágenes de la votación de un President de la Generalitat catalana y a las intervenciones más o menos afortunadas de los grupos que conforman el muy soberano Parlament. De hecho presencié otra prueba de virtualidad, signo de nuestro tiempo. Catalunya, antes caracterizada por el predominio del seny, que se atribuía al menos a una parte de los ciudadanos, vive en un delirio virtual. A escasos pasos de mi casa hay un letrero en la acera que proclama «Som una república». Tal vez lo seamos y no somos aún conscientes de ello, aunque no he llegado a percibir los efluvios republicanos que algunos consideran que están en el ambiente. Nunca me sentí monárquico, aunque agradecí, como tantos protagonistas o corifeos de la Transición, el papel que en un momento determinado ejerció, con sus claroscuros, el rey que ahora calificamos de emérito. El principal objetivo de Quim (o Joaquim) Torra reside en sustituir por tiempo indefinido a nuestro valioso President en el exilio activo, Carles Puigdemont, auspiciado por Mas y éste por Jordi Pujol, el patriarca o Gran Timonel.

Una vez designado voló hasta Berlín para recibir las instrucciones u órdenes, quién sabe, de su antecesor, y restaurar en lo posible el anterior gobierno, pese a que el que encabece resulte de su responsabilidad personal e intransferible. A ello se niega ER. La dulce sonrisa de Elsa Artadi o la referencia al Noi del Sucre y la admiración hacia el anarquismo de preguerra, manifiestan el desorden de este utópico malabarismo que subyace en el espíritu anarcoide, emblemático en la esencia del catalanismo político, incluida la extrema derecha que Torra, católico, xenófobo y sentimental representa con el favor de la CUP, su antítesis. Los extremos coinciden. En su discurso, se consideró próximo a la olvidada Acció Catalana, escisión de la Lliga en un lejano 1923, que fracasó en las elecciones de 1931, pese a su republicanismo. Uno de sus grupos creó Unió Democràtica, la que capitaneó con éxito Durán i Lleida en época reciente, con cargo muy español y residiendo en el Palace madrileño hasta su reciente extinción. También se identifica con los convencidos por la utopía que denominaron Icària, y que dieron con sus huesos y su fracaso en los EE.UU. (recomendaría la lectura de la novela de Xavier Bengueral, «Icària, Icària»), con la que alcanzó el Premio Planeta, por lo que nunca fue perdonado en determinados sectores, aunque un IEM lleve su nombre en Barcelona. Pero lo virtual coincide con lo utópico, figuraciones, signos que pretenden coincidir con otros, las palabras. Es probable que respondan a lo que la mitad de los catalanes desee escuchar, porque constituyen esta virtualidad en la que se desarrolla una vida política que choca con tantas insuficiencias añadidas, desconcertantes y de signo antagónico. Entiéndase que no pretendo referirme a lo que se ha repetido: deficiencias en educación, sanidad, pensiones, servicios públicos, enumeración de injusticias que, de reiteradas, parecen tópicos que la oposición, la que sea, lanza contra sus adversarios.

Ello no supone, sin embargo, que los catalanes indignados, oscilantes entre realidad y utopía, sean fruto de una perversión nacida de las entrañas de su historia, entre carlismo y progresía, a lo largo del difícil siglo XIX. No es necesario retrotraerse a luchas dinásticas: Austrias frente a Borbones o a las lejanas aventuras mediterráneas medievales. La historia no puede explicarlo todo, ni siquiera la de las mentalidades, esa psicología colectica que mueve pueblos. No deja de ser ficción, parte de malos relatos que se nos propusieron y hemos convalidado. Cuando el President menciona a Cambó como otra referencia enseña una de las patitas de la operación Puigdemont. Es posible que la prensa alemana le trate más benignamente que cuando ejercía en Barcelona o, ya huido –otra Pimpinela Escarlata–, en Bruselas. Tal vez justifique así la ruta hacia una nacionalidad futura. Europa deseó quebrar fronteras, esconder las infaustas guerras de carácter nacionalista. La economía parecía lo menos utópico y, sin embargo, ha conseguido diseñar otro imaginario que, tambaleante, intenta mantenerse en pie como las indeseables fronteras, aunque con pasaporte común. El nuevo y aún no estrenado President pide diálogo abierto en inglés a Rajoy. Debería leer antes a los platónicos, porque ahora avanzamos ordenadamente y en fila hacia el precipicio para despeñarnos otra vez en el vacío de un renovado 155.