Opinión

Cataluña y la esclavitud

La independencia de Cuba fue el final de un próspero comercio catalán en el Caribe. Los ingenios azucareros, el tabaco y los esclavos fueron la fuente de riqueza de grandes familias de la burguesía que encargaron los más hermosos edificios de Barcelona: los Güell, Antonio López, Colomé, los Girona. De esos viajes de ida y vuelta quedan bellas habaneras catalanas y hasta estribillos criollos: «Desde el fondo de un barranco/cantaba un negro en su afán/ ¡Ay, madre, quién fuera blanco,/ aunque fuera catalán!». En su «Catalunya para marcianos” (Planeta) recoge Jaume Pi i Bofarull una lista de algunos catalanes enriquecidos por el tráfico humano: Pancho Martí, Pau Forcadé, Miró y Pié, Josep Maria Borrell, Miquel Pous, Josep Baró de Canet, Josep Vidal y Ribas, Miquel Biada o Salvador Samá.

El desastre del 98, que haría nacer del dolor toda una generación de escritores excepcionales, provocó además que el entusiasmo catalán hacia España se convirtiera en animadversión por las oportunidades perdidas. De repente, Cuba dejó de ser traidora para convertirse en modelo de independentismo. Prat de la Riba propone volver los ojos a Francia y acaricia una posible anexión y Francesc Cambó (que luego se integraría en los gobiernos de Madrid) llegó a entrevistarse con el presidente norteamericano Wilson para pedirle que defendiera la independencia de Cataluña, en la misma línea en que defendía los nacionalismos balcánicos. Es una pena descubrir en la historia que la pela está en el origen de todo este odio que encarna ahora, como rostro visible, Quim Torra.