Opinión

Gran Vía 41

Podría ser el nombre de un bar. O también el título de una película o de una serie. Pero no, es el domicilio callejero de un sintecho. Uno de los muchos invisibles que habitan Madrid, como sombras, sin que nadie los vea aunque los mire. Se llama Juan y es informático. Y como casi todos, nunca creyó que la calle sería su destino. Una mala dosis de culebrón familiar le dejó sin mujer, sin hijo y sin esperanza. A partir de entonces, todo se vino abajo. Como un castillo de naipes. En menos tiempo del que jamás hubiera imaginado, se encontró en la calle. Pensó, claro, que sería algo provisional. Hasta que la calle lo atrapó, sin remedio y para siempre. No le ayuda ser minusválido. Ni tampoco ir cumpliendo años...

Ni siquiera le ayuda que su historia sea curiosa y que a través de un ordenador viejo pida ayuda en las redes sociales. «Si tienes ordenador y redes no serás tan pobre...». Pero lo es, tan pobre como para que a su novia la matara el frío de la calle, un día que dormida pegada a su espalda. Tanto como para que le hayan pegado varias veces y no haya tenido opción a defenderse. No ve por el ojo izquierdo y perdió un pulmón cuando le atacaron tras quemar una tienda de campaña que tenía. La paliza le tatuó el miedo en el alma, así que ya no se atreve a estar en ningún otro sitio. Solo en Gran Vía, 41. Aún sigue esperando que alguien le ayude. O que se produzca un milagro. Aunque sabe que no hay milagro mayor que el de seguir con vida...