Opinión

¡Viva la muerte!

El Congreso de los Diputados va a tramitar la proposición de ley del Parlamento catalán para despenalizar el suicido asistido. Esta noticia ha coincidido con el fallecimiento de ese icono de la eutanasia patria que fue el doctor Montes, cuya causa penal sobreseyó la entonces magistrada Manuela Carmena y que ya como alcaldesa le dedicará una calle. Y el azar ha querido que ambas noticias coincidan con la revisión que se ha planteado de aquel enfrentamiento de 1936, en la Universidad de Salamanca, entre Unamuno y Millán-Astray, en el que éste habría gritado «¡Viva la muerte!». Todo un lema para esa iniciativa legislativa.

Ya es la tercera o cuarta vez que el progresismo insiste con terquedad en aprobar el suicido asistido, una muestra más de su querencia por la muerte. Si ya lo hizo al erigir en derecho que una madre acabe con la vida del hijo que espera, ahora quiere que, despenalización mediante, lo sea también facilitar el suicidio de quienes están en situación de sufrimiento físico, psíquico o psicológico insoportable, y que no es que rechacen un tratamiento, sino que piden –o se presume que piden– que se ponga fin a su vida, es decir, que se les mate. En segundo plano queda apostar por la medicina paliativa, por el acompañamiento, es decir, por la verdadera muerte digna.

Disfrazada de piedad, se atisban unas razones mitad groseras, mitad dramáticas. Grosero es un utilitarismo para quien enfermos o ancianos nada aportan, implican gasto sanitario, creciente gasto en pensiones y una carga familiar. O una rémora electoral: así calificó Podemos a la tercera edad, poco proclive a votarles. Las más dramáticas nacen de ese nihilismo que ve en la vida un sinsentido, una pasión inútil que ante la adversidad cae en la desesperación; en fin, un paso más para que en nuestra civilización impere la cultura de la muerte, ajena a toda visión trascendente de la persona.

La iniciativa apela al ejemplo de otros países, lo que inquieta aun más. Aconsejo leer «Seducidos por la muerte» de Herbert Hendin (Planeta, 2009). Narra el panorama de esos países que ya admiten el suicido asistido, donde los médicos que lo facilitan se han erigido en siniestros personajes que rutinariamente deciden, como si de una terapia más se tratase, qué vida merece ser vivida y cual no. Se ha provocado así que en la mismísima Unión Europea –ahí están los Países Bajos– enfermos o ancianos se exilien, antes que caer en manos de unos verdugos de bata blanca que incluso prestan sus servicios a domicilio y presumen el consentimiento suicida del enfermo o, simplemente, del que no ve sentido a su vida. E instalados en esa pendiente resbaladiza nos llevan ya varios años de ventaja y admiten la eutanasia infantil, aprobada en Bélgica.

Ahora las estadísticas cifran en España en menos de cuatro mil los suicidios anuales. Imagino que de salir adelante esa proposición de ley la cifra se multiplicará, como ocurrió con el aborto, que de poco más de diez mil al tercer año de legalizarse hemos llegado a superar los cien mil anuales y avanzamos a los dos millones de vidas destruidas desde 1985. Las cifras del suicidio se multiplicarán por diez o más aunque para no asustar quizás no se contabilizarían como suicidios y se maquillen designándolas como «fallecimientos por causas voluntarias».

En el aborto su principal víctima no puede hablar ni defenderse. Pero con el suicidio asistido las potenciales víctimas podemos ser usted o yo, por eso resulta trágica la indiferencia con la que se ha recibido la noticia de esa iniciativa legal. Vayan haciéndose a la idea de que podríamos recibir en el lecho de la enfermedad o sumidos en la tristeza o en la angustia la visita de un tanatólogo que juzgue que nuestra vida no merece ser vivida y prescriba como terapia una cómoda sedación final: ¡Viva la muerte!

No sé que deparará el trámite parlamentario, pero la abstención de Ciudadanos muestra un inquietante cuadro de encefalograma plano; es plausible que el PP haya votado en contra, ahora bien, si la iniciativa llegase a ser ley y recobrase la mayoría absoluta ¿la derogaría? Hagan sus apuestas.