Opinión
Trumptorra
¿Quién dijo que Torra no tenía visión internacional y sólo miraba cómo crecía el «procés» en el terruño? Los Estados Unidos de Trump aplican su política lingüística con el aplauso del ala racista del partido republicano y buena parte de la ciudadanía interior, los que aquí pondrían cruces amarillas en las playas. Torra es al menos un ultra sin complejos, el animal que se quitó la careta y descubrió que debajo había exactamente lo mismo que por fuera. Un «hooligan» que reza. Nos indigna que no sólo se margine el español en el paraíso de Donald sino que además haya bestias –la palabra del año– que insulten a quienes lo hablan. Aquí mismo se dejó que multaran a los comerciantes que rotularan en español, como si fuera una lengua impía que necesitaba de una cruzada templaria en forma de boletín administrativo, y se permite en Baleares que para ser médico o enterrador haya que saber catalán.
Los muertos lo agradecen mucho pues les promete en el más allá una suerte de premio reconfortante y eterno al estilo de las vírgenes que esperan a los yihadistas. Ay, tanto escupir a la Casa Blanca cuando en la morada interior de España la mística xenófoba obtiene el aplauso de partidos que se hacen llamar constitucionalistas o progresistas en Madrid. Lo que llaman normalización lingüística es lo mismo que pretende Trump. Que sólo se hable inglés. En el bestiario trumpiano el español es idioma de vagos y maleantes.
En el de Torra y sus secuaces, algo peor. Sin embargo, la izquierda ibérica, en su sentido porcino, critica a Trump, abanderado del eje del mal, y simpatiza con nacionalismos rancios de raíz ultraderechista. El Ku Klux Klan pasa la prueba del algodón. Para el buenismo español depende de si lleva una bandera confederada u otra que denigra a la señera. A pesar de ello, estas líneas pueden ser tachadas de «fascistas», el polisémico mantra con el que evitar una revancha mínimamente intelectual. Albert Rivera intentó explicarlo tan mal que las formas eclipsaron el fondo. Que le acusen de nacionalista es una muestra de que la política y el comentario «guay» desenfocan el debate. Lo de Marta Sánchez fue de festival de Eurovisión. Y España no puede permitirse por más tiempo quedar al final de la tabla mientras Trumptorra en vez de estar en una cárcel siquiera imaginaria se dedica a tener un vis a vis con los presos a sabiendas de que todo acaba en gatillazo.
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