Opinión
La España que envejece y se vacía
El mundo rural envejece y se despuebla de año en año. Basta con acercarse a pueblos de Castilla y recorrer las calles solitarias, sin un alma ni un animal. Como mucho, toparse con alguna persona mayor encorvada bajo el peso de los años. Eso en el caso de que en el caserío quede alguien y no sea ya todo una ruina. Asistimos al final de una cultura milenaria, un verdadero cambio de época. Los tentáculos de la ciudad asfixian los últimos reductos que albergaban las virtudes rurales. La decadencia de la España interior, que se vacía y envejece, es uno de los grandes fenómenos sociales e históricos de nuestro tiempo. Las últimas estadísticas oficiales lo confirman. Esto ocurre entre la indiferencia general. Ante esto, un acuciante deber moral nos obliga a algunos a volver una y otra vez sobre ello, como el herrero en la fragua, intentando machacar las conciencias y alertar a la opinión pública y a los altos despachos del poder sobre este silencioso drama humano y sobre los efectos del cambio radical de horizonte. Se adelantó a denunciarlo con lucidez Miguel Delibes en su discurso de ingreso en la Real Academia, que vale la pena releer.
De un tiempo a esta parte, ha aumentado la nómina de poetas, novelistas y ensayistas que se ocupan de la despoblación de los pueblos. Rara es la semana que no aparezca un libro nuevo, más o menos interesante, sobre el particular. Abundan, entre piezas de cierto valor literario, relatos localistas y rudimentarios que no conviene despreciar y que ayudan a levantar acta sobre el terreno de lo que está pasando y de lo que se está perdiendo. Se cuelan también pastiches de éxito literario momentáneo, pero de corto alcance, sin pizca de compasión, que se aprovechan de la penosa situación para vender ejemplares y que no ayudan nada a resolver el problema. En todo caso asistimos a un rebrote de la literatura llamada ruralista. Y esto acarrea que historias del mundo rural aparezcan con mayor frecuencia en los medios de comunicación de alcance nacional, en muchos casos por lo que tienen de pintorescas las ruinas o las costumbres antiguas. Esto hace también que los poderes públicos se remuevan un poco en sus asientos y prometan planes ambiciosos, aunque estos se diluyan pronto, hasta que llegue la siguiente campaña electoral. Y es que «nunca medraron los bueyes / en los páramos de España» (Miguel Hernández).
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