Opinión

Por una mujer florero

Para consolidar la campaña «No sin mujeres», que propone «negarse a participar en actos de más de dos ponentes en los que no haya ninguna mujer», una columnista de El País, Sandra León, aspira a publicar «la lista inicial de adhesiones». Se trataría de presionar a los díscolos. Con el tiempo pasarán por el aro. Aunque sea por «mantener su reputación» y/o «deseabilidad social: hacer lo que se considera que socialmente está bien valorado». Lo comento con Mónica: «Me niego a que me llamen de un sitio por ser mujer», responde, «y no por mis méritos, y me jode que de igual si eres buena en tu trabajo, o si tienes cosas interesantes que decir, y que al final importe menos que la cuota. Toda la vida luchando porque te vean más allá de tu condición de mujer y mira...». Opina la columnista León que «No sin mujeres» triunfará porque su objetivo, la igualdad de género, es justo. Los objetivos justos, intuyo, justifican la destrucción del réprobo. Pero no hay causa que sobreviva a unos métodos odiosos. La coacción y el chantaje, y el amedrentamiento, garantizan la licuefacción de los fines, contaminados. ¿Y dónde trazamos la raya? Qué tal «No sin homosexuales». «No sin inmigrantes». «No sin negros».

¿Existe un futuro previsible en el que dejemos de honrar el cromosoma y la condición sexual y la raza y la religión y etc.? Y hasta entonces, hasta alcanzar el anhelado cielo paritario, ¿no deberíamos de segregar por cromosoma y condición sexual y raza y religión y etc. las plazas de médico que ofertamos, la proporción de autores que publican las editoriales y los pintores de los que los museos compran obra, las orquestas sinfónicas y su sección de metales, el número de chefs en las cocinas y de pilotos en los helicópteros de Protección Civil y etc.? ¿Y qué hacemos cuando el porcentaje de mujeres supera el de hombres? ¿Limitamos su acceso a los estudios de magisterio, derecho, psicología, veterinaria o farmacia? De fondo late una concepción miserable de las personas, a la que los modernos reeducadores consideran impedidas para reconocer y premiar las cualidades del individuo si antes no estabulamos con su tribu y si no tercian políticas de ingeniería social dignas de Orwell. A la igualdad por el envase. A la justicia por el miedo. Y a la equidad mediante la imposición de la mujer florero.