Opinión

María Dolores Pradera: Un final solitario

«Apenas fue nadie a la incineración, resultó chocante», me contaron afectadas sus grandes amigas Carmen y Sole Jara reconociendo que no entienden este país que trata así a sus ídolos. Lo del muerto al hoyo. Siempre la recordaremos con su gesto elegante, lo mismo cantando bravías rancheras peleonas que derramando lisura del puente a la alameda. Una imagen «suavesita» de quien tanto trabajó para unir las músicas de España e Hispanoamérica. Del puente a la alameda, sí, lo más representativo de un repertorio que creó estilo. El de la ahora inolvidable María Dolores Pradera, a quien al otro lado llamaban con ternura «la Praderita».

Próxima a los 94 años, que no aparentaba, mantuvo una mente lúcida, siempre propensa al contrapunto irónico y divertido. Contrastaba con la imagen seria y distante que de ella tenía el respetable, virtudes que desconocía el gran público que tanto la apoyó, especialmente desde que dejó el teatro hablado para volcarse en los recitales, donde lucía toda su sensibilidad. En su madurez fue una primera actriz más de nombre que de resultado, que lo mismo representó a Eugène Ionesco que a Jardiel Poncela. Muchos no han olvidado cómo a las órdenes de José Luis Alonso trabajó en un histórico «El rinoceronte» de Ionesco, con Bódalo y María Luisa Ponte, obra que alternaba con la surrealista y descacharrante «Eloísa está debajo de un almendro». «Cándida», de Bernard Shaw, junto a Juan Ribó, fue su última actuación escénica.

Versátil al máximo, trocó el castizo mantón de Manila –que dejó para su amiga, pero rival Nati Mistral– por la también típica ruana a la que cantó igualmente. Se fue sin entregarme una bufanda morada que ella calcetó. La reclamaré a sus herederos. Su éxito musical fue casual, no lo buscó y quedó sorprendida al ver cómo su música y la forma de interpretarla gustaba en una admiración que duró medio siglo. «Nunca había pensado dedicarme en serio a la canción, fue una oportunidad casual que incluso me sorprendió», me dijo más de una vez en larguísimas –hasta de cuarenta minutos– conversaciones telefónicas, especialmente prodigadas en la última época.

«A ver si vamos a comer», la animaba. «Cuando esté mejor. Yo también tengo ganas de verte. Habrá que esperar a que me reponga del todo. Tumbada me aburro mucho», me decía. Y eso que no le faltaban motivos para recordar: desde su inexplicable boda con el genial Fernando Fernán Gómez, que me consta que causó sorpresa porque no entendieron la unión de caracteres tan dispares, al nacimiento de sus hijos Fernando, hoy dueño de una importante galería pictórica, o la singular y casi surrealista Helena, que en tiempos intentó ser actriz pero renunció porque no tenía la altura que sus apellidos exigían.

El cine, vocación frustrada

Viajera incansable, llevó mal la obligada retención, motivada por la salud quebrada, donde sin duda rememoró sus intentos de hacer cine y solo lo consiguió en apariciones fugaces y sin trascendencia. Frustrada, la dejaron sin ganas de reintentarlo, volcándose en sus músicas, que abarrotaban. Llevaba años siendo vecina de Julio Ayesa en un piso de la madrileña calle Orense, propiedad de Pitita Ridruejo. Era su refugio.

Con la Mistral, tan distinta de carácter y estilo, tuvo un rifirrafe largo, aunque la sangre, o el enfado, no llegó al río; las dos estrellas se adjudicaban haber descubierto a Los Gemelos, sus acompañantes de siempre, que se dejaban querer y ni modificaron las partituras para convertir en suavidad lo que en otra era desgarro. Resulta divertido comparar cómo variaban las canciones en voces y estilos tan dispares. Con Mistral, también fallecida hace poco mas de un año, componía un dúo muy explotado en la tele gallega, que veía en la pareja un cheque al portador. Ahí sí llegaron a reunirse repetidamente en dúos que no mejoraron sus interpretaciones individuales.

La marcha de María Dolores pone fin a una época de grandes artistas que no tienen continuidad. Ninguna de las actuales cantantes puede igualarlas ni siquiera físicamente. María Dolores, fiel durante medio siglo a la melenita con guedeja cayendo distraída sobre la frente, o su rival, fiel al moño bajo. Dos ejemplos de fidelidad y seguridad en sus físicos tan diferentes: delicado y aparentemente frágil el de la Pradera y endurecido en el caso de la especialista tan magistral en chotis. Nuestra música ha quedado viuda, dejan un enorme vacío porque figuras así surgen y se mantienen solo de manera excepcional. Imagino que María Dolores allá donde esté no dejará de ir del puente y la alameda.