Opinión
Grandes hombres y grandes gestas
La Guerra de Cuba, mejor dicho, la Guerra hispano-norteamericana de 1898, marcó para mucho tiempo la idea que cada país se hacía de sí mismo, y del otro. Estados Unidos pasó a ser la nueva potencia mundial, llena de ímpetu juvenil, triunfadora y protestante. España quedó relegada al rango de antigua potencia imperial, decadente, católica –papista en términos anglosajones–, ajena a la modernidad. Los tópicos han sobrevivido hasta nuestros días, y venían precedidos de una larga lucha que opuso, en suelo hoy norteamericano, a españoles y estadounidenses por el control territorial y, también, por el alma del joven país.
Fruto de estos enfrentamientos ha sido el olvido de la contribución española a la independencia de Estados Unidos. Bien es cierto que la intervención de la Corona, guiada por el prudente conde de Floridablanca, se hizo con discreción. No había que abrir más frentes contra Gran Bretaña y era necesario compensar la curiosa posición de una España imperial apoyando un proceso de independencia en el mismo territorio donde tenía posesiones muy importantes. Aun así, prevaleció el interés de la Corona, humillada por Gran Bretaña en conflictos previos. Así es como se llegó a las intervenciones directas desde territorios españoles en América, como las realizadas por Bernardo de Gálvez para asegurar el control de la cuenca baja del Misisipi, la de la Florida occidental, con la toma de Mobile y Pensacola y la del área del Caribe. Las tropas españolas participaron también en diversos enfrentamientos en la Luisiana, y la ayuda española resultó importante en la batalla decisiva de Yorktown. Así como se suele recordar a Gálvez, conviene no olvidar a Juan de Miralles, uno de los comerciantes y agentes secretos del gobierno español en la guerra, que supo ganarse el afecto de Washington.
El dinero y los muy diversos materiales que llegaron a los rebeldes se canalizaron a través de varias casas comerciales, en particular la del empresario vasco Diego de Gardoqui, con el que colaboró José de Jáudenes y Nebot, que después continuó su propia carrera como representante de su país en Estados Unidos. Gardoqui, que acompañó a Washington en su toma de posesión, fue un ejemplo de los lazos comerciales establecidos entre España y las colonias de Norteamérica. La profesora Reyes Calderón ha calculado que en 1777 las donaciones del gobierno español a los insurgentes norteamericanos alcanzaron el 5,9% de los ingresos de la Corona, lo que da una idea del compromiso español. Sin la ayuda española, es probable que la Guerra de Independencia hubiera terminado de forma muy distinta. También la identidad norteamericana sería distinta sin la aportación española, consecuencia de una presencia de siglos. Se suelen recordar, y con razón, las misiones y las fortalezas (presidios) españolas en California, pero también vale la pena pensar en los caminos reales y las sendas abiertas por los españoles en Texas, Arizona y Nuevo México, la organización del territorio en ciudades y ranchos, el ganado, los caballos y la ganadería trashumante, el concepto mismo de «frontier» que viene de la Reconquista, la evangelización de las poblaciones americanas o la presencia del español como lengua común en todo el Sur-Oeste. Antes de la llegada de los latinos o hispanos, Estados Unidos fue también una invención española.
✕
Accede a tu cuenta para comentar