Opinión

Otro verano sin Julio Iglesias

Era tradicional la presencia de Julio Iglesias en las citas españolas de verano. No podía faltar su nombre en la programación de las fiestas mayores, que así se aseguran reclamo y público. El cantante resultaba imprescindible, algo que ya no ocurre porque cuando repaso los conciertos para el mes de julio y agosto, no lo veo incluido como, sin embargo, ocurre con otros de menos renombre y veteranía. Sorprende, choca y desconcierta. ¿Qué ha pasado con él cuando meses atrás anunció varias actuaciones? ¿A qué viene esa marcha atrás que sorprende más que inquieta? ¿Vivirá Julio obsesionado con su familia numerosa a la que se dedica más de lo que hizo con Chabeli, Julio José y Enrique, que le arrebata fans?

El próximo 23 de septiembre cumplirá 75. Resultaría absurdo y hasta llamativo un rechazo a su manoteo gangoso tras tantos años de brega. Ahí está Charles Aznavour, que con 92 años todavía entusiasma al pisar la escena. No van a escucharlo, solo a verlo. Y lo mismo debería sucederle a Julio, que hoy no está precisamente entre mis devociones afectivas, sobre todo tras darme la patada como hizo con los leales y sufridores Alfredo Fraile, Tonxo Navas, treinta años sufriendo a sus órdenes, o Jaime Peñafiel. Constante en la ingratitud. Durante sus primeros años de Eurovisión y el gimoteador «Gwendolyne», aquí solo lo defendía el menda desde los micrófonos de «Protagonistas», donde Luis del Olmo llegó a reprocharme semejante obsesión.

Estuve cuando en Venecia le dieron su premio «Gondola d´argento» y en su debut neoyorquino en el Radio City Hall que presidió Don Juan de Borbón, a quien Julio trató despectivamente porque era muy franquista. Parecíamos entrañables y todos creíamos en él. Cambió cuando fue dejado telefónicamente –Julio en Buenos Aires a punto de infarto– por una Isabel Preysler bien aconsejada por su entonces muy experimentada íntima Carmen Martínez-Bordiú. El pasado sábado, en estas páginas, Alfredo Fraile exhumaba aquella época repleta de esperanza, ilusiones y ambición. Julio llegó donde quería y, donde, al parecer, ya no está. ¿Será que aumentaron los problemas de salud que casi le impedían caminar y sostenerse en pie sobre la escena como sucedió en su lamentable última aparición? Algo habrá pasado para verlo suprimido entre los atractivos musicales de la temporada.

Como la ocasión de coincidir estas vacaciones con el Ballet Nacional, que festeja su 40 aniversario. Lo evoca, recuerda y eterniza una exposición fotográfica con los mejores momentos de Antonio –innecesario su apellido–, que universalizó nuestras danzas con Rosita Segovia y Carmen Rojas. Lo curioso de este conjunto recolectado por Mercedes L. Caballero es que incluye fragmentos gráficos de las distintas épocas y estilos. Vemos a la personalísima Manuela Vargas, a Esther Jurado o a Mercedes Ruiz, La Lupi y Marcos Flores en una guajira mientras el director actual, Antonio Najarro, muestra cuanto siente en la «Suite Sevilla». Magnifica reconstrucción antológica de momentos de nuestra danza con diseño de Bernardo Rivavelarde que enlaza años con Nacho Duato bajo el criterio de Najarro: «Con esta obra cumplo el sueño de mostrar cómo la danza española debe convivir en unión con otras manifestaciones artísticas». Es un soberbio y vistoso testimonio visual que hará historia de lo que ya es histórico, arsa y toma.