Opinión

La fiesta del árbol

En el principio fue el árbol. A su sombra descansaron los primeros humanos, vivieron alegres durante un tiempo y se alimentaron de los frutos que ofrecía la naturaleza generosamente. Hasta que comieron la fruta prohibida que aparecía tentadora en las ramas del árbol del bien y del mal y en ese momento se vieron desnudos y fueron expulsados del paraíso. Algunos dicen que era un manzano de manzanas doradas, pero vaya usted a saber.

Así empezó todo. A partir de entonces, en las afueras del paraíso, a la intemperie, crecieron y se multiplicaron los árboles más variados, lo mismo que crecieron y se multiplicaron los seres humanos y los coches y las chimeneas de humo pestilente. Los árboles nos siguieron a todas partes, aunque estuvieran clavados en el suelo. Y cada árbol, de buena o de mala sombra, lo mismo que cada ser humano, recibió un nombre. Algunos llevan nombres preciosos, como árbol de la lluvia, árbol del pan, árbol de la música (que está en la Dehesa de Soria) o árbol del amor. Y otros, no menos hermosos, como olivo, álamo, olmo, castaño, cerezo, haya, encina, roble.

Pero, pasado el tiempo, nada volvió a ser como al principio. Hubo hombres bárbaros que destrozaron los montes y talaron los árboles, empezando por los bosques centenarios. Y el aire se fue volviendo irrespirable en el planeta. Se calentó la atmósfera lo mismo que el agua de los mares, y el desierto empezó a avanzar, incontenible, sin un árbol en toda la extensión de la mirada. Y fue entonces cuando se anunció con trompetas apocalípticas el calentamiento global de la Tierra y los humanos volvieron a mirar con respeto y esperanza al reducido bosque, que aún seguía allí, esperando. Poco a poco fueron saliendo de la ciudad y penetraron en la floresta. Recorrieron los senderos, volvieron a escuchar el rumor del arroyo y el canto de los pájaros y regresaron convencidos de que habían encontrado el paraíso perdido.

(En Sarnago el árbol más querido y respetado, durante generaciones, fue el viejo olmo del pórtico de la iglesia. Entre tres niños no podíamos abrazar su tronco. Ya se secó y se derrumbó, lo mismo que la iglesia. Me dicen que los antiguos vecinos, los que se fueron, han regresado en el Día del Árbol al pueblo deshabitado y han estado plantando arces, que es el árbol del mozo del ramo en la fiesta de las móndidas).