Opinión
Quijotismo y migración
No cabe duda de que uno de los problemas más graves de la Unión Europea es la migración, en especial la africana, que de no controlarse podría suponer la pérdida progresiva a medio plazo de una identidad supranacional y artificiosa que se pretende salvaguardar. El Imperio Romano advirtió con temor durante siglos la progresión de los bárbaros que acabaron con él, aunque su lenta autodestrucción resultara más grave. Europa debería plantearse que el progresivo envejecimiento de su población no puede detenerse con leyes. El mestizaje parece inevitable y en el seno de nuestro propio país la «impureza» de apellidos vascos, catalanes, valencianos o de otras comunidades así lo da a entender. Nuestras migraciones internas fueron el resultado de procesos de industrialización, aunque a la itinerancia interior y despoblación agraria cabría sumar la procedente de países latinoamericanos, llamados por la construcción y el turismo, aunque una parte ya abandonó el país durante la crisis. La ola migratoria imparable, que algunos entienden como peligro, nos alcanza ahora a través del Mediterráneo, desde el cercano continente africano y no sólo de los países ribereños (punto de partida), sino desde el centro de un Continente desgarrado por la supervivencia de sus gentes y las guerras. Se calcula que en este año 785 personas han perdido ya la vida en nuestro mar común, en un fracasado intento de alcanzar Europa. Angela Merkel, acosada por su extrema derecha, se vio obligada a renunciar a una política migratoria permisiva y hasta tal vez provechosa para su país. Grecia e Italia, no sin ayudas, cargaron hasta hace poco con el mayor peso del tráfico migratorio intercontinental y se apoyó desde la UE Egipto o Libia, en tanto se desdeñaban los derechos humanos.
Los 629 refugiados del buque «Aquarius», a quienes se les prohibió desembarcar en puertos italianos, abrieron una pequeña brecha que ha permitido al recién estrenado gobierno situar a España en otra dimensión, aunque para ello ha debido conjurarse otra alineación favorable de astros. El ascenso de la ultraderecha en Italia –aliada a la ultraizquierda–, la actitud de Matteo Salvini, ministro de Interior y militante de la Liga han sido los detonantes. Esta conjunción azarosa llevó a Ximo Puig y al alcalde valenciano Joan Ribó a ofrecer el puerto de Valencia como seguro y alternativo, a la que se sumaron otras comunidades y municipios. Carmen Calvo no vio con malos ojos esta actitud quijotesca, anticipándose a cualquier otra global europea, que debería tomarse lo antes posible, tras la discusión sobre el euro. No son molinos, sino el problema de la identidad, el que se convirtió en Brexit, amputando parte de la UE. Salvini respiró con alivio: «¡Primer objetivo alcanzado!», sin tomar en consideración las posibles condenas y costes –no sólo de imagen– que pueden lloverle, aunque así será esta Liga que avanza por toda Italia. Habría recibido hasta hoy 13.808 migrantes, frente a los 119.369 del conjunto del año anterior y 181.436 en 2016.
El país de Marco Polo no desdeñó el quijotesco ofrecimiento español. Poco después la Guardia Costera italiana anunciaba el rescate de otras 932 personas. El socorro a los náufragos se encuentra regulado por la Convención de Hamburgo de 1979 y faltar a sus normas se entiende como delito. Malta argumentó también su escasa entidad. Pero el caso del Aquarius, con sus problemas de evacuación resueltos, dada la escasa capacidad del buque para la navegación, es sólo el ejemplo de que una política simbólica puede llenar telediarios y portadas de periódicos. Tampoco puede resultar tan problemático, con la ayuda de la Cruz Roja, solventar una situación puntual. El gobierno les concedió ya les otorgará, si es posible, los papeles que otros esperan entre nosotros desde hace años. No soy ni mucho menos un especialista en algo tan complejo como las migraciones, la formación o el posible trabajo (con tantos parados a la espera) que podría ofrecerse a una población que sufre toda suerte de humillaciones en largos periplos hasta alcanzar su destino. Cierta xenofobia les recibirá, como la que sufren los migrantes latinos que alcanzan el paraíso estadounidense, que un iluminado Trump quiere preservar del contagio de los hispanohablantes. La reciente acción, controvertida por algunos sectores del PP, se ha caracterizado por su quijotismo, el anuncio de la recuperación de otra mentalidad en Europa, el buenismo y una deseada y oportuna imagen. Pero el problema y las mentalidades deben conjugarse en otras instancias. Tales avalanchas pueden regularse, aunque no indefinidamente. Habrá que adentrarse en el ámbito del mestizaje, como de hecho, se está produciendo en EE UU. El cómo hacerlo no es tan sólo cosa de especialistas, sino fruto de duras convicciones, asumiendo otra realidad que la Unión desunida no desea percibir.
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