Opinión
El agobio
Este verano que por fin llegó con tanta desgana climatológica arrastra consigo una suerte de procesos acelerados. En escasas semanas nos hemos visto obligados a digerir tal cantidad de cambios que parece haber llegado el momento de sentarse en el rincón de pensar y extraer conclusiones del acelerón. Sin lugar a dudas este ritmo produce agobio y hasta vértigo social, aunque poco ha cambiado, porque la vida cotidiana de los ciudadanos mantiene su cansino ritmo. La lluvia de nombres que se suceden en las alturas políticas donde pueden tomarse algunas decisiones, no ha hecho sino desencadenar propósitos que tratan de aquella felicidad constitucional, perdida en el trasiego, de cada español y en su conjunto. En parte, aunque de forma harto provisional, se trataría de un relevo generacional provisional. No es que predomine la juventud entre nosotros, ya que dada la escasez de nacimientos y la prolongación de las existencias, gracias a médicos y fármacos, está invirtiéndose la pirámide de población con exagerada rapidez: disminuye la población, dada una escasez de nacimientos que supera los fallecimientos, un fracaso poblacional que se prolonga desde hace veinte años. El Viejo Continente tiende a transformarse en un continente viejo. Gobernar para la tercera o la cuarta edad constituye una experiencia que no supone, contra lo que se pueda imaginar, cuando los ancianos contaban apenas cuarenta años, un conservadurismo inmóvil. Entiéndanse las movilizaciones de los pensionistas como uno de sus signos evidentes de vitalidad, en tanto que parte de la juventud en paro o víctima de contratos basura no se moviliza. Tal vez algunas ideas del pasado, incluso, resulten más adecuadas a este tiempo que las de los nuevos, aunque escasos y no muy brillantes ideólogos de la post-post-modernidad. Cabría añadir la meteórica y aparente sucesión de vivencias, entendidas siempre como históricas –cómo no–, porque todo es historia, menos relevantes de lo que desearíamos.
Avizoramos julio sin los presupuestos generales del estado aprobados. Los elaboró el PP que ahora pone pequeñas trabas o trampillas para que el PSOE, que no los votó, deba defenderlos y aplicarlos. La rápida salida por el foro de Mariano Rajoy ha desconcertado a sus huestes que corren a descubrir el hueco por donde hincar el diente a un partido sólido que últimamente gobernó a su antojo y que se descubre huérfano tras aquel jefe de filas que auguraba, tras dos años, otros cuatro de mandato. Por vez primera no hay herederos ni aquel dedazo que señalaba el elegido. Una moción de censura hizo saltar la banca política, pero Pedro Sánchez no dispone de otra cosa que de los recursos del gobierno, que no son pocos, aunque dada su exigua minoría parlamentaria se vea obligado a emprender reformas más aparentes que profundas; su tiempo es limitado y debe atravesar dos rubicones: las elecciones andaluzas y las municipales y autonómicas de las comunidades entendidas como no históricas. A su izquierda navega, no sin tempestades, el conjunto de fuerzas que se califican como Podemos. Son una diversa izquierda, a la que se ha añadido, perdidas ya su seña de identidad, Izquierda Unida, rescoldo de aquel Partido Comunista que se extinguió en casi todos los países europeos democráticos, aunque sobrevive en China defendiendo el liberalismo económico (¡Viva la paradoja!).
La nueva fuerza de la derecha, Ciudadanos, se ha mostrado también descolocada. Nacidos en Cataluña contra el independentismo, brotaron con unas gotas de socialdemocracia que pronto abandonaron. Restaron –y andaban en ello– votos del electorado del PP, al que intentaron pasar incluso por la derecha, pero puede apreciarse cierto desconcierto ideológico en sus filas, que podría incrementarse si el PP acierta, en el camino de una renovación que les permita, con imprescindibles caras nuevas aunque de momento utilice los mismos mimbres, alejarse de cualquier sospecha de corrupción. El PP se renueva menos que más, pero tal vez la nueva derecha descubra senderos atractivos. Pero los fardos más pesados que ha de acarrear este gobierno tan femenino y pleno de figuras de antaño, corresponden a un encaje territorial que nuestra Constitución nunca resolvió, parcheó unos años y, sin un consenso y una voluntad de renovación general, pese al voluntarismo se transmitirá de generación en generación. La falta de encaje nos diferencia de buena parte de nuestros socios europeos que lo acallaron en su tiempo con un centralismo inmisericorde, aunque resten residuos. Las soluciones llegarían desde una Unión Europea renovada si es que sobrevive a sus contradicciones. Los veranos siempre resultaron difíciles en estos enclaves. Sánchez viajará a la búsqueda de socios amables, aunque cada uno se agote en sus problemas. Trump cabalga sobre el éxito económico de América, América rebosando xenofobia y malos modos. Por el momento, los aranceles le favorecen.
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