Opinión
El olvido de Franco
Personalmente, me trae sin cuidado donde esté enterrado Franco. El Valle de los caídos no fue levantado para servirle de tumba sino como monumento de reconciliación con muertos de ambos bandos bajo la cruz. La decisión de sepultarlo allí se debió al rey Juan Carlos I y no al general. También puedo entender que izquierda y nacionalistas catalanes y vascos deseen desenterrarlo y dinamitar el lugar. Puedo comprender incluso el pasteleo de Ciudadanos y la tibieza del PP. Sin embargo, no consigo asimilar que la institución que tiene la única jurisdicción sobre el valle guarde silencio. En 1953, el Papa nombró a Franco caballero de la Milicia de Cristo a la que sólo pertenecieron otras nueve personas en todo el siglo XX. Se trataba de una distinción circunscrita a gente que hubiera prestado servicios excepcionales a la iglesia católica. Franco, con su victoria en la guerra civil, no sólo había salvado de la muerte a millares de religiosos sino que además había firmado ese mismo año un concordato con la iglesia católica que fue definido como «el más completo en toda la historia de los acuerdos de este género» señalándose que los privilegios otorgados eran tantos que el Código de Derecho canónico alcanzaba plena vigencia.
De hecho, España se convertía en un protectorado vaticano al renunciar expresamente el Estado a «legislar sobre materias mixtas o sobre aquellas que de algún modo puedan interesar a la Iglesia, sin previo acuerdo con la Santa Sede». Además, todas las organizaciones católicas dependían sólo de los obispos y no podían ser fiscalizadas estatalmente. Se restableció la confesionalidad católica con «exclusión de cualquier otro culto», así como el carácter católico de toda la instrucción pública. Por añadidura, al erigirse nuevas diócesis, el Estado y las corporaciones locales estaban obligados a proporcionar los medios económicos necesarios, en especial para edificios, oficinas y templos. Además los clérigos sólo podrían ser procesados con permiso del obispo y las instituciones eclesiásticas y los emolumentos del clero estarían exentos de impuestos. Los templos se convertían en lugar de refugio sin excluir, por ejemplo, a los maquis y los programas de TV y radiodifusión tendrían espacios para defender «la verdad religiosa». Quizá de este silencio se pueda extraer una lección: piénsate fiarte de una institución a la que diste todo, incluso tu nación y sus recursos, y que se calla cuando te arrancan del sepulcro.
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