Opinión
¡Salvad Moyano!
Hay lugares que se fijan en la memoria como huella de la dicha. Conozco a la perfección los relacionados conmigo. Unas aulas, lugares de la sierra de Madrid y de la costa de Levante y la cuesta de Claudio Moyano. Durante casi medio siglo fui un visitante asiduo de ese lugar de Madrid, uno de los pocos –no creo que lleguen a la docena– que siento no volver a visitar en lo que me queda de vida. Allí compré una traducción francesa de «Lo que el viento se llevó» por diez pesetas, me hice con la «Historia del cristianismo» de Rops, conseguí una edición completa de las obras de Pío Baroja, adquirí una edición rusa de «Almas muertas» de Gogol, pero, por encima de todo, descubrí autores, hojeé miles de libros y hallé joyas –al menos para mí– que jamás habrían estado presente en otras librerías.
Cada visita era un acercamiento feliz al universo maravilloso del libro, un universo que hasta hoy jamás ha dejado de proporcionarme momentos de felicidad. Son miles de veces –no exagero– las que habré recorrido esa cuesta de Moyano con amigos, con extranjeros, con mujeres a las que amé o simplemente solo porque en infinidad de ocasiones fue la mejor manera de pasar una mañana de fin de semana. Me consta que en todo el mundo no existe un solo lugar así con la excepción de las bouquineries parisinas, pero debo dejar constancia de que cualquiera de los puestos de Moyano supera a sus paralelos franceses más que de sobra. La cuesta de Moyano es una verdadera institución, un emporio de libro de segunda mano que debería ser conservado, mimado, cuidado porque no existe nada parecido en Roma o Nueva York, en Berlín o Amsterdam, en Moscú o Tokyo. Precisamente por ello, es lamentable la incuria, el descuido, la desidia con que ha sido tratado este enclave incomparable por parte de las autoridades municipales. Esa actitud deleznable implica un escupitajo contra la cultura y un desprecio hacia el saber que carecen de la menor justificación. Ya es lamentable que Madrid tenga que convertirse en pocilga por estas fechas vaciándose además las arcas municipales con festejos tan distantes del buen gusto como el Orgullo –sí, al parecer, ya no existe otro– peor es que Moyano pueda acabar desapareciendo por culpa de los que ignoran el valor de la cultura auténtica.
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