Opinión
Trump, de Bruselas a Helsinki
Si no quieres caldo, dos tazas, podría ser el lema de Trump respecto a la cumbre de OTAN del miércoles 11 y jueves 12 en Bruselas, que los jefes de estado y gobierno de los países miembros han esperado con temor y temblor y los comentaristas y expertos, con enorme curiosidad. ¿Viene a armarla, como hizo hace un mes en Montreal con sus colegas del G-7, o incluso a cumplir su amenazadora sugerencia electoral de abandonarla si los aliados seguían incumpliendo sus compromisos y lógica obligación de hacerse cargo de la factura de su propia defensa? Ese sí que sería un espléndido regalo para Putin, con el que se verá en Helsinki el lunes 16, y contra el que abriga algún resentimiento, por la que le organizó en las elecciones americanas, pero al que parece seguir considerando un tipo estupendo, alguien que se le parece. De hecho, antes de partir hacia Europa dijo que la entrevista con el leader ruso sería la parte más fácil del viaje, incluida su estancia en Londres. Así, la intriga de Bruselas se prolonga con la que suscita el mano a mano de Helsinki. Tras los fuertes tirones de orejas a los militarmente roñosos y presupuestariamente incumplidores, y el adicional meneo propinado a Alemania por tener su economía energéticamente hipotecada a los hidrocarburos rusos, implicando la condición de enemigos de sus proveedores, de los que no sólo dependen, sino que además financian, Trump se contentó con dejar a todos sus colegas confesadamente pasmados, proclamando la duplicación de la dosis requerida de gasto en defensa, de un difícil pero razonable 2, a un totalmente utópico 4% del PIB, y luego, incontinente, como en el clásico soneto con estrambote de Cervantes, fuese y no hubo nada. El largo y minucioso comunicado final, preparado durante meses, fue aprobado como si tal cosa. El 2% sigue siendo un objetivo, no exactamente un compromiso contractual, para el 2024, no inmediatamente como pretendía, aunque algunos países consideran que necesitan algo más de tiempo, pero Trump les ha puesto las pilas a todos.
Vamos a ver ahora si derrama sobre el excoronel del KGB y de facto presidente vitalicio, las lisonjas y encomios sin par con los que en Singapur alimentó el ego y la persona pública del feroz sátrapa norcoreano, a cambio de etéreas promesas de desnuclearización, al día siguiente de acusar tweeterísticamente a Trudeau, el canadiense, de ser deshonesto y débil, o si tiene reservada para el mundo alguna otra sorpresa. Aparentes o reales, Trump no puede vivir sin éxitos, ante todo mediáticos. El número bruselés atrajo suficiente atención y OTAN consiguió un respiro tras un trago inusitadamente malo. Si bien los espasmos trumpianos no aportaron ninguna de las innovaciones estratégicas que OTAN necesitaría, la organización puede seguir adelante con su útil y poco conocido trabajo, sin mucha pena y con poca gloria y siempre expuesta a inusitados zarandeos, puntualmente tweeteados a millones de entusiastas seguidores.
Por el bien del mundo, o al menos para prevenir su empeoramiento, sería necesario que Trump obtuviera de Putin algunos buenos acuerdos. La lista es nutrida, pero el ruso no es fácil de intimidar ni de dejarse seducir. La prioridad de prioridades del señor de la Casa Blanca es que le saque a los iraníes de Siria. No está claro que los poderes, e incluso quereres, del Kremlin lleguen a tanto. ¿Qué le va a ofrecer el americano y qué va a pedir él? El espectáculo de desavenencias en la gran alianza atlántica es ya un estupendo regalo, muy del gusto moscovita, de antes y de ahora, siempre soñando con introducir cuñas entre Estados Unidos y Europa. Pero no es el único ni quizás el más importante. Saliendo de Montreal para Singapur ya dijo que el G-7 debería volver a ser G-8, con la readmisión de Rusia. Ésta fue dejada en las tinieblas exteriores de la grandeza no por su carácter dudosamente democrático o sus escasos títulos como gran potencia económica, sino por haberse tragado Crimea, territorio ucraniano, reconocido por Rusia y el resto del mundo, algo internacionalmente muy mal visto y enormemente inquietante para los vecinos exsoviéticos del país de Putin que actualmente son miembros de OTAN, no digamos para los que no han conseguido serlo, como Georgia, ya amputada de dos territorios en 2008, y la propia Ucrania. Pues bien, en su perpetuo parloteo, que podría ser una traducción libre de tweet, el presidente americano ya ha insinuado la aceptabilidad de la flagrante anexión de 2014.
Con Trump todo es posibles, puede que por cambios de humor o por extrema agilidad en sus maniobras tácticas. Considera que la imprevisibilidad es una de sus más excelsas habilidades dialécticas. En Bruselas, en la cena del miércoles, poco después de su hosca regañina a la señora Merkel y a su país, el presidente estuvo cordial con la canciller, bien porque había cambiado de ánimo o más bien porque calculó que era el momento de un quiebro táctico. Muchos se preguntan si hay método en el trumpismo. Lo hay. Que sea el adecuado en cada momento y para cada política es otra cosa. También lo es que lo que pretende sea lo mejor. Pero para bien unas veces o para mal otras, es bueno consiguiendo lo que pretende. A veces.
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