Opinión

¿Quién defiende a la Corona?

Decía el pasado viernes Isabel Celaá que «afortunadamente» las grabaciones del «caso Corina» no afectan a Felipe VI. Las palabras de la ministra casi tenían algo de resignado rictus ante esa brecha abierta que ya hace relamerse al socio preferente del gobierno de Sánchez, con la anuencia de otros socios eventuales como los independentistas catalanes, para atacar a la institución de la monarquía parlamentaria que libre y mayoritariamente nos dimos los españoles. Cuando la formación de Pablo Iglesias exige la creación de una comisión de investigación que fiscalice no a las actividades de Corina o del ex comisario Villarejo, sino a la institución de la corona a través de la figura –eso para empezar– del rey emérito Juan Carlos I, de lo que estamos hablando es de la creación de una caja de resonancia no exenta del componente de espectáculo que alargaría su actividad el tiempo necesario para llegar a las próximas elecciones creando un magma, no solo de confrontación, sino de republicanismo entendido a la particular manera de la una formación como la de Pablo Iglesias en cuyo ADN subyace la voladura del sistema tal y como lo conocemos.

Cuando desde el gobierno de Sánchez no se acaba de cerrar con la contundencia que cabría esperar la puerta a esa comisión de ventilador abierto desde lo más profundo de las cloacas, y al albur de que acabe convenciendo o no la comparecencia previa en comisión parlamentaria del director de CNI Sanz Roldán, lo que entra en juego no es otra cosa más que el factor de la previsible indefensión en la figura de Felipe VI. No se trata de que «afortunadamente» el Rey no esté afectado por unas grabaciones, sino de unas sombras de duda, unas acusaciones veladas y unos interrogantes hacia la máxima figura del Estado en boca de los portavoces podemitas. Interrogantes del calado de «cómo es posible que el actual Rey no tuviera conocimiento, no solo de las actividades de su cuñado Urdangarín, de las de su propia hermana la infanta Cristina o de las amistades y relaciones de su padre» y que no por maliciosos, sesgados y demagógicos dejan de ser más letales para la Corona de todos los españoles.

Lo ocurrido en Cataluña, con una veda abierta y alentada contra el Rey desde las instituciones recuperadas para el secesionismo tras la retirada del «155», con la consiguiente e inquietante inanición por parte del gobierno, no es más que otra demostración de fuego cruzado. El momento para los enemigos de la clave de bóveda del Estado es desgraciadamente el idóneo, porque hay un gobierno débil, porque hay un desafío aún abierto a la integridad del Estado, porque la oposición a día de hoy esta descabezada y porque la hoja de ruta de la actual suma parlamentaria parece estar más por la prioridad de exhumar los restos de Franco que por evitar la amenaza de carcoma en los cimientos del Estado. Toda una prueba del algodón para la talla política de Sánchez.