Opinión
El gran vacío
Las bicicletas son para el verano, se nos aseguró con inteligencia no sensibilidad y de este modo el Tour francés se convierte en protagonista deportivo que tanto sufrimiento exige. Cubre, junto a las otras vueltas europeas, las cálidas y angustiosas semanas sin fútbol. Pero el problema contagia a otras zonas del mundo y no resulta sólo hispánico: ha finalizado la Copa del Mundo de Fútbol y muchos ciudadanos advirtieron que se habían adentrado en un gran vacío, porque el fútbol es algo más que deporte, negocio o afirmación nacional, aunque tenga algo de todo ello. No es sólo juego, aunque lo sea. Sobrepasa la UE, contradice la fraternidad hispánica o recobra la esencia eslava, a la vez que penetra en países asiáticos y en el mundo islámico. Tal vez porque el balón es redondo como el mundo y suscita universalidad. El millón de manifestantes del pasado domingo en el centro de París, porque ha sido Francia la afortunada, o el entusiasta recibimiento en Turín de Cristiano Ronaldo, presentado como héroe o el atleta que regresara de las Olimpíadas, pese a su escaso papel en el reciente campeonato, como Leo Messi, su rival en una Europa derechizada, cuyo ocio rezuma fortuna, obligaría a una reflexión más profunda. El señor Agnelli (propietario a un tiempo de FIAT y de la Juventus y otras menudencias) quiere superar a Florentino Pérez, pero Turín no es Madrid y me temo que Ronaldo no recibirá allí la atención mediática que recibió aquí, pese a su entrada triunfal en el club. Ahorrará en impuestos, porque Hacienda, que no somos todos, se había olvidado que los futbolistas no pagaban, como tampoco las grandes empresas. Messi, su rival, ya fue condenado. El enemigo es una Hacienda poco voraz con los más afortunados en comparación con lo que las clases medias cargan en sus ya encallecidas espaldas.
¿Qué puede hacer el pobrecito español incapaz de disfrutar de sus rituales vacaciones –de no haber optado por más deliciosos espacios– en la soledad de ciudades atenazadas por la canícula? Hasta mediados de agosto no se reiniciará la Liga. Quedan por delante muchos días con partidos amistosos intrascendentes, que no van a arrastrarnos hasta el televisor con la cervecita, acompañados de amigos o amigas (conviene matizar, aunque la RAE no lo estime conveniente), porque ya hay gran cantidad de aficionadas al deporte rey/reina y hasta practicantes de un fútbol femenino que merecería ser tomado en consideración. En el verano interminable se paralizan las Ligas regionales y hasta los partidos infantiles donde los padres/madres se ponen de los nervios. El fútbol se ha convertido en algo más que deporte o rivalidad y desata bajos instintos. Produce insatisfacciones al padre/madre de familia que estima que su vástago fue castigado por el árbitro con una falta inmerecida o el equipo decae en un atolondrado juego. Por tales campos y por las academias de fútbol infantil rondan los buscadores de talentos balompédicos. No aparecerán, claro, en las clases de Matemáticas o Humanidades. Porque este deporte –y no el único– es negocio de muchos millones de euros. De él se derivan las apuestas de todo orden que escapan a cualquier frontera, parte de los juegos de azar. Esos franceses desatados, que provocaron altercados, con trescientos heridos, vandalismos en algunas tiendas del centro de París y hasta dos muertos, no son tan distintos de los que hubieran surgido de haber ganado España, Brasil, Alemania o Portugal. Quizá ni siquiera les interesara el fútbol, sino la violencia, residuo de cualquier manifestación masiva. Contemplar al presidente francés, empapado bajo la lluvia rusa, besando a los jugadores no cabe considerarlo como un espectáculo ejemplar.
La combinación del fútbol con la política tampoco es nada nuevo. El F.C. Barcelona o el Real Madrid lo utilizaron y no sólo en los campeonatos de la democracia postfranquista. Ya lo advirtió Vázquez Montalbán, excelente observador de la manipulación de masas, según confirma Jordi Osúa, que entiende sus artículos futbolísticos casi como profecías, en su amplia introducción al volumen: «Manuel Vázquez Montalbán. Barça, cultura i esport» (2018). Cataluña no sería como es sin un Barça que estimula y permite competir con su «eterno» rival madrileño. Según algunos catalanes, Madrid nos está robando, incluso, los Campeonatos de Europa. Pero tales despropósitos inciden en rivalidades que pueden alcanzar niveles de otro orden. ¿Favorecen los campeonatos europeos o mundiales la integración europea o de otros bloques? El acceso de tantos jugadores de otros continentes ¿disminuye la animadversión racial? ¿Todo se reduce al mercantilismo que generan las camisetas de los ídolos? El fútbol es un deporte que se realiza en grupo y que requiere solidaridad, sacrificio personal y hasta generosidad. Nos llegó de una Inglaterra decimonónica y hasta admirable. Cabría entenderlo como entendimiento en sus respectivos niveles y no sólo como un enaltecimiento nacionalista o grupal. Fútbol es más que fútbol.
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