Opinión

Los tres emperadores

Tres por ocho, veinticuatro años –el periodo que puede llegar a abarcar sucesivas presidencias reelectas norteamericanas– es mucho tiempo. Las de Bush, Obama y eventualmente la de Trump, pueden llegar a sumar esos largos años. Es el propósito de estas líneas tratar de demostrar que existe un nexo común, una continuidad estratégica entre estas administraciones –tan aparentemente diferentes– que están dirigiendo el imperio norteamericano a lo largo de un periodo mundial especialmente turbulento. Los emperadores electos Bush II, Obama I y Trump I, como sus lejanos antecesores romanos, deben escuchar al pueblo y al Senado, aunque este último haya cambiado bastante en el transcurso de los siglos. El pueblo, no tanto. Un amplio sector del pueblo norteamericano –el menos favorecido, la plebe aislacionista– lleva bastantes años pensando que la globalización, que sus líderes implantaron, no ha sido un buen invento; que a ellos les va cada vez peor. Sus tres últimos presidentes –de una forma u otra– siempre han intentado conectar con estos sentimientos de los electores. Con lo que la plebe desea, con su fatiga imperial.

Los espantosos atentados de Al Qaeda del 09.11.2001 hicieron cambiar 180º –súbitamente– la política exterior del Presidente Bush que se había estrenado preconizando un repliegue militar norteamericano. Se especulaba por aquellos tiempos que esto podría ser como reacción –un poco freudiana– a las decisiones que su padre había tomado durante su presidencia. El impacto en la opinión norteamericana de los atentados de Nueva York y Washington impulsaron a Bush a intervenir en Afganistán y más tarde Irak, de cierta manera que constituyó un inmenso error, al destruir gobiernos y elites sin tener alternativas de administración viable para ambas naciones. Este Bush segundo ha pasado a la Historia como un intervencionista –y encima equivocado– cuando en realidad era, paradójicamente, partidario del repliegue norteamericano.

Tras ocho años de Bush, el péndulo oscila a Obama que también era un convencido de la necesidad de acabar con la sobre extensión del imperio. Pero ingenuamente creía que la globalización se iba a poder mantener por sí sola, sin necesidad de intervención militar de su inventor, los EEUU. Los seres humanos –agrupados en naciones– no somos como Obama imaginaba. Ningún sistema entre nosotros se sostiene sin actuaciones cinemáticas de su guardián. Lo del «leading from behind» era un espejismo y esto fue evidente universalmente cuando la inhibición en la tragedia siria –el segundo inmenso error de esta dinastía– permitió a los enemigos del orden mundial instaurado por los norteamericanos avanzar en sus posiciones. Cuando a Obama no le quedaba más remedio que actuar militarmente siempre lo hacía procurando la menor huella: con fuerzas especiales, drones o ciber armas. Pero no deberíamos olvidar que Obama estaba reaccionando a las tendencias aislacionistas de muchos de sus electores, buscando simultáneamente un imposible equilibrio con mantener la globalización.

Y por último llegamos al último de los emperadores de esta dinastía –la podríamos denominar los «Retractores»– el inefable Trump I que se diferencia de sus antecesores en que no pretende mantener las apariencias de desear sostener la globalización con aquellas reglas que los norteamericanos implantaron al final de la 2ª Guerra Mundial. Responde directamente a lo que desea la plebe, mientras silencia al Partido Republicano, desconcierta a los Demócratas y horroriza a las elites norteamericanas y a todos aquellos que habían creído en la globalización. Cuando Trump dice una barbaridad a la Sra. Merkel, a la UE, a la OTAN, o a China..., cuando coquetea con Putin o Kim..., lo hace pensando en satisfacer a su plebe y no en mantener la globalización funcionando. No quiere negociaciones, solo admite rendiciones. No reconoce alianzas, tratados o limitaciones que se opongan a los intereses económicos norteamericanos percibidos por él. Pero todo esto lo hace pensando que la plebe y el Senado de su particular Roma le van a recompensar con una reelección. Y esto puede llegar a suceder, ante el espanto de todos los defensores de lo que hemos venido llamando en estas líneas globalización aunque admitiría otras denominaciones tales como orden liberal internacional o «pax americana». El más reciente y tercer inmenso error de esta dinastía lo comete Trump al retirarse del pacto anti nuclear con Irán, alineándose así con los sunnitas en el conflicto musulmán mundial, a la vez que tontea con el líder norcoreano y perjudica la anti proliferación.

Como una cierta amarga caricatura hemos tratado de describir la dinastía norteamericana de los Retractores compuesta por Bush II El Traumatizado, Obama I El Equilibrista y Trump I El Destructor. Siendo cargos electos se deben a su pueblo en el que parecen encontrar un amplio sector con fatiga por las cargas imperiales. El Traumatizado cambió sus creencias bajo el peso de una gran tragedia. El Equilibrista pensó que el imperio era factible aun retrayéndose. El Destructor piensa sustituir el imperio atrincherándose detrás de unas murallas que quiere levantar tras sus fronteras y sin reconocer reglas. Pero no hay murallas tan altas para lo que él pretende.