Opinión

Menú: 300 muertos

Sufrimos en Madrid a una concejal estalinista importada de Perú que cuenta con todas las simpatías de la señora alcaldesa. Creo que es la peor y más antidemocrática de nuestras importaciones políticas provenientes de América del Sur. Peor aún que el motorizado que no paga a la Seguridad Social y llama «tontos» a los periodistas críticos con Podemos; peor que Pisarello, el cucufate montonero argentino que humilla a la Bandera de España en Barcelona, mano izquierda de la compañera Inmaculada Colau; peor que la monja coñazo, que ha perdido fuelle últimamente. La concejal de Arganzuela, Rommy Arce , lleva incrustado en su mirada, al menos así me lo parece, un odio de siglos hacia los españoles. Se ha manifestado siempre a favor de las dictaduras comunistas y se ha gastado el dinero de los madrileños organizando homenajes a los hermanos Castro, a Chávez, Maduro, el boliviano que aborrece a los homosexuales y a todo tirano de los que forman el cinturón bolivariano. Ahora está entusiasmada con un asesino que viene de lejos, Daniel Ortega, el sandinista de Nicaragua. En las últimas semanas su pueblo se ha alzado en protestas y Daniel Ortega, que es experto en la materia, lleva ya 300 muertos en su haber. Cifra suficiente para que Rommy Arce le organice un homenaje en su distrito madrileño.

Daniel Ortega está casado con su vicepresidenta, Rosario Murillo. No es que se conocieran en el Gobierno y comenzaran sus escarceos de las manitas, los toques de piesecitos bajo la mesa y las manos indiscretas posándose en los muslos del ser amado durante un trance del Consejo de Gobierno. No. Ella es la vicepresidenta porque Ortega es el presidente, y en las dictaduras comunistas este tipo de parentesco político gusta sobremanera. Se dice de ella en Nicaragua que es mucho más cruel y despiadada que su marido. Como en Venezuela. Como la viuda del Pingüino en Argentina.

Ella, doña Rosario Murillo, la compañera Rosario, la camarada Murillo, felicitó dos días atrás a los nicaragüenses que defienden «el bien común». Muy pocos se consideraron sinceramente felicitados. Los regímenes comunistas convierten a sus soldados en policías y a sus policías en comisarios militares, pervirtiendo la normalidad de la Defensa Nacional y el Orden Público. El Ejército de Nicaragua, con más policías políticos que militares, tiene orden de repeler cualquier acción violenta. Se considera acción violenta un simple grito de repulsa. «¡Ortega, asesino!» es motivo sobrado de muerte. Y mientras la vicepresidenta por amor Rosario Murillo, la camarada Rosario o la compañera sandinista Murillo, recordaba en su mensaje a los nicaragüenses su ofrecimiento de «amor y compromiso del bien común, de buena esperanza, de buena fe, de amor al prójimo», caían abatidos en las calles de Managua decenas de nicaragüenses cuya única arma de defensa era el hambre y la desesperación.

El mundo libre es, ante todo, cobarde. No se entiende que Maduro persista en Venezuela y Ortega pueda seguir asesinando a su antojo en Nicaragua. No interesa a Europa el sufrimiento de millones de seres humanos cuyo único delito es el de haber nacido en un lugar peligroso y en un momento equivocado. Muchos de los partidarios de los asesinos, los violentos y los comisarios estalinistas, tienen la fortuna de cruzar el Atlántico, llegar a España y ocupar lugares de responsabilidad pública. Es el caso de Pisarello y el defraudador de la Seguridad Social. Es el caso de Rommy Arce, la concejal formada bajo las antorchas de Sendero Luminoso que llegó a España a vengar el fracaso de los suyos.

Ayer, como hoy, como mañana, decenas de miles de nicaragüenses se van a jugar la vida por el pan , el trabajo y la libertad que el comunismo les niega. Se van a jugar la vida por los derechos humanos que el comunismo les aplasta. Se van a jugar la vida por el sueño de progreso que el comunismo les impide conciliar. Y en Madrid, una concejal peruana, ánfora de odio acumulado, organiza en la Arganzuela un acto en homenaje al régimen asesino. Así funcionan. Entrada libre. Refrescos, diez muertos. Menu: 300 muertos. Y a pasarlo bien.